No podemos empezar de otra forma, sino felicitando a los periodistas en el día de su patrón San Francisco de Sales. Son tiempos oscuros para la profesión. Cada día nos levantamos con el cierre de un nuevo medio de comunicación o la aplicación de un ERE, en el mejor de los casos. Sin embargo, entre síntomas de gravedad, aún guardamos esa esperanza inquebrantable de los que estamos convencidos de dedicar nuestra vida a la mejor profesión del mundo.

La semana pasada se fue Manu Leguineche, uno de esos periodistas de raza que buscaba respuestas en aquellos lugares donde las preguntas estaban prohibidas. Hemos perdido un talento, difícilmente reemplazable, no tanto por el manejo de los medios técnicos, sino por los humanos. Las nuevas generaciones se asoman al periodismo de hoy en día con complacencia y servilismo clientelar, acostumbrados a ese periodismo cómodo de ruedas de prensa y comunicados oficiales. La verdad no suele presentarse con una botella de cava bajo el brazo, la realidad hay que buscarla e hincarle el diente. Y ese espíritu combativo es el que se pierde con Leguineche, un exponente del periodismo impertinente e incisivo.

Más preocupados como estamos en solidarizarnos con las lágrimas de Cristiano Ronaldo en el emotivo momento de la entrega del Balón de Oro, en la reciente detención de Justin Bieber o en las dos azafatas de Gandía que recorrieron FITUR embutidas en un traje de látex. Bombas de humo. Entre tanto flash mediático los acontecimientos que deberían marcar la agenda de la actualidad pasan desapercibidos. Estamos moldeando ciudadanos que huyen de la información en pro de un entretenimiento alienador.

En Extremadura andamos todavía dándole vueltas a los datos del último trimestre de 2013 publicados por la Encuesta de Población Activa (EPA). Los más optimistas ven signos de recuperación y afirman rotundamente que la destrucción de empleo se ha frenado y que asoma el camino de la recuperación. Los más realistas defienden que las cifras del descenso del paro tienen su explicación en que la gente sencillamente se está marchando o ha perdido la esperanza y no se da de alta como demandante de empleo. Unos 10 mil extremeños han abandonado la región desde que comenzó la crisis. Y ese dato no puede justificar que nos felicitemos por los últimos resultados, sino todo lo contrario. El esfuerzo debe ir dirigido hacia la recuperación de ese capital humano que se marchó fuera en busca de porvenir. Ese profesional, empresario y emprendedor que puede levantar económicamente Extremadura. Sería un grave error que nuestras expectativas laborales dependieran exclusivamente de convocatorias de empleo público del gobierno de turno.

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