Las balanzas fiscales son como los estudios de audiencia que se publican cada cierto tiempo, el EGM, y que cada cual interpreta a su conveniencia. Según este Estudio General de Medios (EGM), todos suben de lectores, aumentan las ventas, ganan oyentes o telespectadores. Nadie pierde, porque las conclusiones son libres. Ocurre lo mismo con las encuestas electorales, a pesar de que los números arrojen clara ventaja a unos frente a otros. Hablamos de las balanzas fiscales, esa arma arrojadiza que las regiones utilizan políticamente desde que el Estado las publica. Todos hablan de ellas, pero poca gente conoce su funcionamiento. Ha sido motivo de discusión entre Extremadura y Cataluña, pues tanto Artur Mas como Monago tratan de barrer para casa. Básicamente lo que viene a ser una balanza fiscal es muy sencillo. Es la diferencia entre lo que el Estado recauda en impuestos a una determinada región y lo que después invierte en ella. Lo espinoso del asunto surge en torno a las interpretaciones del objeto de la balanza: ¿ciudadanos o regiones? Si hablamos de los primeros, lógicamente Extremadura recibirá por habitante menos de lo que aportamos, pues tenemos menos masa poblacional que el resto, pero si nos centramos en el territorio, es comprensible que recibamos en conjunto más de lo que nos sustraen vía impuestos. Primero, por las características territoriales de nuestras dos provincias con una dispersión de población muy alta, que encarece la cobertura de los servicios básicos, y segundo, por el retraso histórico industrial que hemos acumulado durante años, y que provoca que el Estado tenga que invertir más porque tenemos menos.

Si fuéramos un piso, nosotros seríamos los baños que están hechos polvo y Cataluña el salón deslumbrante de las visitas. El símil del piso nos ayudaría a entender que tenemos que invertir en todas las estancias porque lo que importa es el piso en su conjunto. Sin embargo, nuestros vecinos catalanes pretenden analizar el concepto de las balanzas desde un prisma independentista para sublevar a una población que no entiende por qué pagando más, reciben menos. Bien ha hecho el Ejecutivo extremeño en sacar a la palestra el resto de factores que habitualmente pasan desapercibidos. Extremadura aporta al conjunto de España ni más ni menos que lo que debe. Y bien hacen nuestros gobernantes en poner de manifiesto el olvido al que llevamos sometidos desde hace años. No tenemos ni un kilómetro de redes de alta velocidad ferroviaria, entre otras muchísimas carencias que nos están convirtiendo paulatinamente en el jardín de Europa y España. No porque hayamos querido, no, sino porque ha sido la única alternativa de desarrollo.

Es muy cómodo defender una Cataluña emprendedora y dinámica frente a una Extremadura subsidiada, pero a esos miles de críticos subversivos habría que darles una espada de madera a ver si se abren paso entre la maleza con la misma determinación que en su industrializada región.

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