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Cánovers /
Conrado Gómez

Pensaba que las redes sociales eran ese espacio de encuentro donde poder debatir y confrontar puntos de vista. Ese cibermundo dispuesto a estrechar lazos y hacer que los kilómetros fueran sólo una extraña sensación. Pero no. No se engañen. Las redes pudieron concebirse en ese espíritu altruista con el que se quieren teñir los cambios sociales, pero con el paso del tiempo se han convertido en comederos de ego donde retroalimentamos la vanidad. ¡Y qué diferencia tan sutil pero tan abismal con la autoestima! No hay comunicación ni intercambio de pareceres. Sólo voces y ‘qué hay de lo mío’. El lenguaje es sabio y miren ustedes, utilizamos términos como “perfil” o “muro”. ¿Y qué significa conocer a alguien ‘de perfil’ o hablarle a un ‘muro’? No hay comunicación, sólo apología del ego. Contamos los días por victorias y solo volcamos una vida de cuento, sin fracasos. Muy cargada de frases motivacionales, como si nos hubiera poseído Paulo Coelho en esa eterna pugna entre el bien y el mal.

La política es importante en redes sociales, pero se carga uno de la misma agresividad de estar conduciendo por una gran ciudad. Se recrimina al que no piensa como tú. Se entra a opinar sobre cuestiones que dejaríamos pasar en la vida de carne y hueso. Y a veces cuesta distinguir qué es real y qué es digital. Quizá los términos ya se hayan invertido y lo de aquí dentro —mientras escribo estas líneas tengo abiertas varias pestañas de internet— sea lo único que de verdad importa. Tengo un amigo que visitó un lugar dos veces porque la primera se le olvidó el móvil. No es vivirlo, es contarlo. Las nuevas generaciones —y no me refiero a los jóvenes cachorros del PP— han crecido conectadas a un dispositivo. Necesitan ver la vida a través de su pantalla táctil o les resultaría demasiado tosca, muy áspera para digerirla.

Todavía hay un minúsculo reducto para los amantes del papel, para esos que disfrutan manchándose de tinta las yemas. Esos que crecieron con información impresa en papel de 45 gramos el metro cuadrado. Escasean. Cada vez se ve menos la típica estampa del señor que sujeta bajo el brazo su cabecera de siempre. Ya la prensa se lee en su versión digital. Menos profunda y sosegada. Más inmediata y práctica. El pensamiento se reduce al impacto del titular. No hay que esforzarse. De sujetos activos a maniquíes. ¿En eso nos convertiremos? Lo analógico será recordado con nostalgia. Lo digital será también pasado. Llegará el tiempo de lo virtual. Nada será como creías ni como te gustaría que fuera. Tan sólo parecerá que es. Y será lo más real que tengas.

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