Gabriela-Mistral5

Reflexiones de un tenor /
Alonso Torres

Congrego en torno a Nina Simone y su “Ain`t got no…”, en cierta casapalacio frente al mar, abrupto, como mi alma, a unos cuantos generales (y a una generala) y me voy sirviendo whisky(es) a gogó como en las fiestas más exclusivas (¿qué es lo que dijo Sophie hasta las trancas de coca?, ¡ah, sí!, “estoy entre las piernas más cálidas de todo París, las de Pierre”); pero como no tengo a mano ninguna botella de Catty Shark me dedico al Johnnie Walker Etiqueta Roja (¡mierda!, el Etiqueta Negra de la misma marca le gusta al rey emérito y campechano de Egg-pàña, y me jode beber lo que él bebe), y mientras la reunión va acelerando mentes, corazones y pies (para qué os quiero, ¡¡¡para bailar!!!, y para huir, clarostà!), observo a mis alter-egos.

Alina, la cosmonauta, se ha dignado a bajar (es una forma de hablar) desde el multiespacio interestelar (la nave, La Intrépida, la ha dejado en el Cinturón de Kuipper, allí donde algún día viajará mi hijo) hasta este rincón perdido del continente, y repechada en el sillón “chester”, sonríe porque la vida va; Benjamín López Cossío, torero-artista (confeso homosexual desde que era un crío), reencarnación misma de Aquiles, deseoso que el “arte de Cúchares” desaparezca de esta piel de toro, observa por el balcón entreabierto el acantilado (qué buen símil para los allí reunidos, que caerán, tarde o temprano, por alguno, estrellándose contra las rocas) cómo rompen las olas frente a la costa; Jacobo Delafont, uno de los mejores jugadores de polo del mundo (hándicap 9), mira apoyado en la gran estantería (con la lengua entre los dientes) las piernas, preciosas, de la sideral mujer, y rumia que tal vez, algún día, pudiera ser suya; el Pater Paltrinostri charla animadamente (sobre la revolución, “la meta de todo revolucionario, cristiano o no, es la victoria”) con Olinka, el pintor que ha vuelto a pintar (hombros y manos de mujeres a las que ama -en realidad solo ama a una-), y todos están bajo la feroz mirada (un cuadro sin autor conocido) del pirata Yacaré Cáceres, que asoló el Golfo de México allá por la primera mitad del siglo XVII, y que fue muerto a manos de don Juan Limón después de “despachar” a su archienemigo, Anaconda Wilson, en singular combate (le arrancó el corazón y se lo comió -como no podía ser de otra forma-).

Vamos a irnos después de la cena (vegana: crema de coliflor con textura –grumos- y almendras de primero; verduras cocidas con especias de segundo; de postre, pan germinado con chocolate 100% negro de la República Dominicana -bañado todo con cerveza sin alcohol; je, je, menos mal que voy cargaíllo-) a bailar, pues los aquí presentes formamos La Alegre Cofradía de la Voltereta (“el volteretismo ilustrao”, ¡viva Newton!), y acabaremos por los suelos, rodando, pues lo único que poseemos en este valle de lágrimas y sonrisas son momentos, estos. Y mientras sigue sonando La Simone recito (saltándome estrofas) al oído de Alina la poesía de Gabriela Mistral, “Besos”, <<…Hay besos que producen desvaríos, / besos de tempestad, salvajes besos. / Besos míos / inventados por mí para tu boca>>.

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