Reflexiones de un tenor /
Alonso Torres

Como pensaron casi todos los invitados a la fiesta (<<los invitados van llegando>> es la primera frase de un relato del gran Pushkin, uno de los que Volkov catalogó como “coro mágico”; y de un relato de apenas tres páginas y media, otro grande, Tolstòi, creó, parió, escribió y brindó al mundo, “Anna Karènina”) esta resultó un escándalo, y no podía ser de otra manera, ¿verdad?, ¿o alguien imaginó que Ladislao von Munchsamin haría algo “normal”?. Cuando se anunció, tras recibimiento en palacio, consabida recepción seguida de ágape y copiosa cena, que el nuevo varón haría la presentación oficial (y oficiosa, nadie sabía nada) de su nuevo escudo, las miradas de los muchos presentes se cruzaron, se abrieron bocas, se codeó la concurrencia y hubo murmullos, ooh, ¿nuevo?, aah, ¿otro escudo?, peroooo, ¡esto es un aquelarre!, ¿qué significa eso?, ¡qué atrevimiento!, ¡si su padre levantase la cabeza!, ¡o su abuelo!.

Unos años antes, cuando Ladislao había sido expulsado de la Academia Militar Imperial de los Habsburgo y se alistó como soldado raso en el Cuerpo Expedicionario del ejército Ruso en la Gran Guerra del Norte, tras la batalla de Poltava, su batallón descansó en una tupida y preciosa fronda, allí se quitaron las botas, las casacas, las armas quedaron mal amontonadas y apartadas, bebieron vino y aguardiente, fumaron, y comieron pan, queso y carne de cerdo (robados, como las bebidas), y nuestro protagonista se retiró del grupo para poder templar y afinar su mandolina, y en andando por la floresta descubrió un prado, pequeño y hermoso, con árboles frutales, arroyuelo remansado y flores silvestres, y en el borde del mismo un oso jugueteaba (¿o era al contrario?) con una blanca, azul y naranja libélula (una verdadera escena de “locus amoenus”).

En el día que nos ocupa (el anterior varón ha muerto hace un mes en su lecho palaciego, rodeado de todos sus seres queridos, y dicen, lo comentó la servidumbre, y por lo tanto poco después se supo, que Ladislao fue el último en besarle), antes del baile, y situado en mitad de las barrocas escaleras que conducen a los salones de arriba (hay salones abajo también, los que se utilizan para multitudinarias fiestas, como la que nos ocupa), tras un gran cortinaje color oro viejo, Ladislao, a la sazón ya varón de Munchsamin, aguarda a que todos los invitados estén frente a él, y entonces, con un teatral gesto (en el mismo momento la orquesta inicia la obra “Orestes” de Händel), destapa la pintura que representa su nuevo escudo de armas (en donde no hay armas y sí una divisa, “Amor Vincit Omnia”): sobre fondo verde, con dos árboles a ambos flancos y arroyo bajo la escena, un gran oso pardo en actitud sedente tiene sobre la trufa de la nariz a una delicada libélula (y eso fue, para los pacatos, un escándalo).

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