La magia del iceberg /
VÍCTOR M. JIMÉNEZ

Alexis, “El águila”, se jubiló del trapecio el día que sus manos, agarrotadas por la artrosis, no pudieron con el peso de su cuerpo. Le costó resignarse y se llevó más de un susto cuando, en algún doble mortal, sus dedos no conseguían aferrarse con la firmeza de años atrás. Charles, jefe de pista y dueño del circo, percibió el problema de Alexis, pero nunca se atrevió a decirle nada. El carácter orgulloso y áspero del trapecista era un muro infranqueable para cualquiera que le llevara la contraria, aunque fuera con buena voluntad.

La vida del circo era dura y Alexis tuvo que ejercer otros oficios para subsistir. Durante una temporada se encargó de la taquilla, pero discutía constantemente con los clientes.

Una calurosa tarde de junio, dejó la venta de entradas para liarse a golpes con un tipo tan violento como él. Aquello terminó con Alexis en un coche patrulla, la función arruinada y la paciencia de Charles derramada por la arena.

Nadie sabe lo que pasó por la cabeza de Alexis la noche que estuvo en el calabozo, pero a la mañana siguiente parecía otro. Habló con Charles y llegaron a un acuerdo. Tres semanas después, en la pista central, debutó con bastante éxito un nuevo payaso. Alexis saboreó con intensidad la vieja frase que todo artista de circo sabe de memoria: “El espectáculo debe continuar”.

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