Desde mi ventana
Carmen Heras

Amigos, a veces pienso que es preciso no destruir demasiados puentes con los otros o, al menos, romper solo los necesarios. A menudo me pregunto por qué creemos que los que tienen mayor edad no sienten nuestras mismas necesidades. La razón por la cuál nuestros mayores no desearían ponerse, por ejemplo, un traje desenfadado para una ceremonia, en vez de ir con la cara lavada o una vestimenta clásica. Pero lo pensamos y en justo castigo los más jóvenes lo creen también de las generaciones anteriores a ellos y las arrinconan o lo intentan.

La imprudencia es algo que solo se nos debiera disculpar mientras somos niños, aunque ni siquiera entonces, si hablamos del trato con nuestros semejantes. Esos perros encerrados ladrando tanto tiempo, que cuentan mis amigos, y que no permiten estudiar o dormir a los que viven al lado; esos profes y alumnos que establecen la clase gesticulante y gritona, justo debajo de donde tienes el despacho; esos automovilistas que adelantan por la derecha… son todos, ejemplos de imprudencias, con responsables humanos.

De un tiempo a esta parte se queja el profesorado de ciertas dosis de mala educación en los alumnos. Teniendo en cuenta que estamos hablando de universitarios, se supone que todos ellos han pasado por diferentes cribas antes de llegar aquí. El por qué algunos no saben comportarse, conforme a la edad y lugar en el que estudian, es algo para preguntárnoslo. Hay una falta, en una minoría, de habilidades sociales para convivir óptimamente o al menos mejor de lo qué lo hacen, como consecuencia de un falso igualitarismo y una mal entendida democratización de las aulas. El “todos somos iguales” conlleva faltas de respeto hacia sus propios compañeros, en primer lugar, hacia el entorno, en segundo , e incluso (en los casos más atrevidos) hacia el profesor.

Hemos dado por válida la idea de que algunas cuestiones ya se traen “puestas” de casa, por ser competencia clara de la educación en la familia, y haber sido contrastadas en los niveles primarios y secundarios. Posiblemente sea así. Pero en algún momento del proceso algo se desvió, y más teniendo en cuenta la época tan difusa en relación con las “reglas de juego” sociales.

Hace unos días, la Conferencia de Decanas y Decanos de Educación publicaba una nota requiriendo de la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas una mayor precisión a la hora de tratar asuntos relativos a las Facultades de Formación del Profesorado y Educación. Concretamente les pedía que consultasen los datos cualitativos, en vez de fijarse únicamente en números y vida laboral. Una vida laboral, la de los futuros maestros, incierta, de seguir en marcha el proceso de despoblamiento de las zonas rurales y la falta de nacimientos de niños. Cuestiones todas lo suficientemente importantes como para pedir la abertura de foros donde se analicen con profundidad y se tomen decisiones.

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