Historias de Plutón
José A. Secas

Cuando escribo es fácil que recurra al diccionario. Es una herramienta básica del escritor. La etimología de las palabras me suele dar muchas pistas, me descubre los orígenes de los vocablos y me permite conocerlos mejor para hablar con propiedad y conocimiento de causa.

La cabalgata de los Reyes Magos, una vez más, concentra a miles de personas arrastradas por los niños de -aproximadamente- entre los tres y nueve años (más pequeños no se enteran y más mayores ya lo saben) secundados por padres y abuelos alimentadores de ilusión.

Desde que el mundo es mundo y sin dejar de pensar que estamos aún en los remotos anales del hombre y que hace tres días estábamos viviendo en cavernas y salíamos a cazar con hachas y lanzas, se ha impuesto la ley del más fuerte. Mira el lema olímpico: “citius, altius, fortius”.

Tres ingredientes para el cóctel, tres patas para un banco, un trípode, el equilibrio, la santísima trinidad y la regla de tres. También mosqueteros, tenores, dimensiones, cerditos, picos, sietes o gracias. Tres tristes tigres y ¡el número atómico del litio! Qué cosas…

“Rebotina” no figura en el diccionario de la RAE. Te remite directamente a “saltarina”. Qué pena me ha dado no encontrar referencias de una palabra que conozco y siempre he empleado. Ni siquiera San Guguel o Santa Güiquipedi dan pistas. Pelotillas plasticosas que rebotan, dicen…

Tresmil kilos de caramelos masticables, sin azúcar y sin gluten han tirado los reyes, los pajes, los acólitos, los acompañantes, los figurantes y los disfrazados de las carrozas de la cabalgata. No sé cuántos caramelos entran en un kilo, calculo que un par de docenas o tres. Son muchos, ¿no?

Indaguemos en el campo semántico de “rebotina” y descubriremos lo primitivos que aún somos: Ansia, egoísmo, pillaje, acopio, codicia, saqueo, vandalismo… Un niño bruto pisa la mano de una niñita y le arrebata su presa. Los padres están de rapiña y ni se coscan. Dando ejemplo.

Se me vienen a las mientes escenas costumbristas: El señor a caballo lanzando limosnas a los pobres, la piñata deshecha de un mamporrazo por el cumpleañero y los invitados al pille, el primer día de rebajas en el estante de ofertas del gran almacén, los buitres asaltando la carroña…

Ahora va la reflexión en forma de pregunta: ¿cuántos cientos de años le falta a nuestra cultura o civilización “evolucionada” y “evolucionante” para superar estas costumbres atávicas? Ya te digo que ni tú ni yo (ni nuestros tataranietos) lo vamos a ver. Algo podremos hacer, ¿no?

Y ahora una propuesta: sustituyamos los caramelos “a rebotina” por un reparto ordenado, respetuoso, justo y moderado de caramelos (o fruta fresca o frutos secos) en un acto novedoso, original, integrador, solidario y plural la próxima víspera de Reyes.

Intuyo y sospecho un comentario reaccionario: ¡Cómo te vas a cargar eso, alma de cántaro!, ¡Es una tradición! y a los niños les encanta…

A lo que yo respondo: Alguna vez tendremos que ponernos a hacer las cosas bien, ¿verdad?

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