Dudas de papel /
Goyo Tovar

Los papeles de las noticias nos avisan de que buena parte del suelo de la rica California se está hundiendo. Dicen los que estudian -y también la NASA- que se debe al abusivo saqueo de las aguas subterráneas del valle de San Joaquín, aguas que se dedican a la agricultura y a los usos y abusos de la población de ricos y maleantes. El abuso más peligroso no es su elevado consumo por habitante, sino los elevados residuos que acompañan al agua usada. Y ahora nos venimos a la ciudad de Cáceres, sufrida de aguas en tiempos modernos aunque nacida en la generosidad rebosante del acuífero olvidado, descuidado y malquisto. Creo que la culpa debemos asociarla al cambio del milenio; entonces mucho Cáceres se desaforaba pidiendo aguas al ambiente que, como saben ustedes, tiene un ambiente pobre en pedir y en llover. Haciendo caso a algunos expertos, buscaron en el lejano Portaje un trasvase que debería cruzar ríos, cosa que parece facilonga porque de ordinario cientos de vehículos -y futuros trenes- cruzan sus puentes; pero olvidaron que los amos de las aguas no son los mismos que los dueños de las carreteras y de los puentes. Los celos y los entendidos tuertos acentúan el divorcio. Debemos exigirnos que las administraciones garanticen el uso del agua potable en los hogares, en las fábricas y en los jardines; hay una ley que obliga a los ayuntamientos a que este servicio se facilite al vecindario. No obstante, parece que olvidamos que el requisito legal del uso del agua limpia exige que otra vez limpia se vierta a los campos. Mira por dónde, en la ciudad de Cáceres, los campos del oeste, del norte, del sur y del este siguen ensuciándose con aguas residuales pese a que dispongamos de alguna deficiente instalación depuradora. Esto último no es afirmación barata: en algún caso funciona, en algún otro funciona mal y en otros no hay nada que funcionar. Existen sistemas domésticos de reciclado del agua que no solamente significan un ahorro de su consumo, sino que así se colabora con la obligación social de devolver a la red de saneamiento el agua usada en condiciones que favorezcan un tratamiento más eficiente en las plantas de recuperación de las aguas sucias. Claro que si el ciudadano observa que su ayuntamiento no es ejemplar cumplidor, le entra la duda de si debe lavar el agua.

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