La amistad y la palabra
Enrique Silveira

No hace mucho tiempo, conversaba con José Félix sobre los acontecimientos más sobresalientes de esta sociedad nuestra tan proclive a la tempestad. A pesar de divergir en algunas cosas, nuestra charla siempre discurre por derroteros en los que reinan la cordura y la incesante búsqueda de puntos de encuentro, es decir, justo lo contrario de lo que hacen sus protagonistas. Tras los primeros comentarios, me enseñó una fotografía del emergente Pedro Sánchez que copaba las cabeceras de los diarios más influyentes y se postulaba como el nuevo mesías de la política patria. Nos sorprendieron sus hechuras de galán cinematográfico y, entre risas, convinimos que ya había recorrido una buena parte del trayecto porque, en un mundo rebosante de imágenes, tal presencia conquistaría -sin más aportaciones- a un buena parte del electorado. Buscando un parangón, nos vino a la mente aquel que se enamora perdidamente tan sólo por la belleza sin entender que una relación duradera depende de argumentos que trascienden la respuesta inmejorable del espejo.

Ahora, cuando el garboso socialista ha ocupado la poltrona que tanto anhelaba, las conversaciones giran en torno a si, tras el impacto visual, han aflorado las virtudes que se antojan verdaderamente imprescindibles para que la ardua empresa de gobernar un país se realice con eficiencia. En este punto surgen sensibles discrepancias porque no todos tenemos la misma jerarquía de valores, pero hay algunos de esos méritos que son insoslayables, sea cual fuere la inclinación de cada uno. Atender a los clásicos en esta tesitura no es un anacronismo porque la política no ha cambiado mucho, como no lo ha hecho la condición humana, de manera que los parámetros de aquellos que vivieron hace siglos resultan apropiados aún hoy. Requerían los que poblaron el mundo antes que nosotros que el gobernante fuera persona prudente y sabia, aunque no hubiera publicado una tesis doctoral, que la sabiduría no tiene que ceñirse al ámbito académico, pero esta nunca debe ser sinónimo de picardía u oportunismo; exigían además que los dirigentes estuvieran decididamente al lado de la justicia porque el cumplimiento de esta engrandece a la sociedad y la hace indestructible, pero situarse a su lado no significa manipularla al antojo de los caudillos, disfrazarla hasta hacerla irreconocible y menos refutarla para no responder por incumplimientos tan visibles que no se pueden ocultar; reclamaban los ancestros que los cabecillas se rodearan de personas íntegras y competentes, que no debe gobernar cualquier advenedizo que se ha situado a codazos y no busca el beneficio de la comunidad: si has de hacer constante limpieza porque no reconociste en tus allegados las infracciones que no se deben tolerar, es que probablemente no te resultan ajenas.

¿Y qué dirían los precursores de la democracia sobre el que llega al poder sin el sufragio de sus súbditos? Usar medios que el votante considera meras añagazas no está entre los recursos preferidos de los antiguos sabios, inclinados a encumbrar a sus héroes y no a sus villanos.

Podría ocurrir en un futuro próximo que José Félix me enseñara la foto del nuevo candidato y que nos presentara a un verdadero adefesio, de forma que tuviera que conquistar nuestro respeto exclusivamente a través de sus cualidades. Es posible que la relación con sus gobernados -arrinconado el innecesario espejo- fuera entonces provechosa… a lo mejor hasta duradera.

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