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Mi ojito derecho /
Clorinda Power

Hay dos policías nacionales armados con metralleta en la puerta del edificio donde trabajo. La metralleta la empuñan como si estuvieran posando para un retrato militar: lista para disparar. Al principio da mucho cosita verles allí, con cara de guerra, pero luego se te pasa porque en el ascensor una chica comenta que sabiendo que están aquí, ella se queda más tranquila.

Yo no le contesté porque no soy de hablar en los ascensores, pero sí pensé que si nos tienen que proteger esos dos con metralletas de un atentado terrorista, vamos apañados. Así que me he puesto a pensar en cómo reaccionaría yo de verme envuelta en una situación con bombas, balas y muertos. Me he imaginado salvando vidas como Lara Croft, placando a los terroristas como en el rugby, y saliendo por piernas como cualquiera. Pero sé perfectamente que si me veo envuelta en una de esas, haría lo posible porque me mataran la primera. Por Alá o por lo que quieran, pero a mí que me maten, y si puede ser, por la espalda y sin darme cuenta.

“Murió sin sufrimiento”. Morir sin sufrimiento es lo que a mí me parece más heroico, más inteligente y más difícil. Porque ya hay que ser valiente, listo y ágil para morirte sin dolerte de nada, ya sea del pecho o del cargo de conciencia, de todo lo que no hiciste, lo que no dijiste y de lo poco que tocaste. Así que como eso lo veo inasumible, prefiero el “Murió sin darse cuenta”. Así es como deberíamos morirnos todos, ya sea de viejos o por accidente, sin tiempo de nada. Como cuando nos empujan a la piscina por la espalda porque nos lo estamos pensando mucho.

Yo siempre agradeceré el empujón sorpresa: qué más dará, antes o después, el cuerpo siempre se te queda frío.

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