Reflexiones de un tenor
Alonso Torres

Hasta la mitad del concierto estuve llorando como un enamorao, hasta que se me fue acostumbrando el cuore a tanta “cosa bonita” (en realidad, a tantos recuerdos y poesías, a tanta música bailada y cantada, y sobre todo, hasta que mis entrañas dejaron de agradecer el regalo y empezaron a disfrutarlo). El pasado tres de noviembre, en el Gran Teatro de Cáceres La Talada, se manifestó la sabiduría, el buen hacer, la profesionalidad y el lirismo de Rodrigo Leao, y a mí me regaló la entrada, por mi cumpleaños, la Bruja-Pájaro, que además voló a mi lado (no le voy a preguntar nada a los hados, que luego, quien pregunta, pierde, y como decía cierto personaje que no nombraré, por vergüenza, “si quieres ser feliz como dices, no analices”). Pero la historia, como todas las historias, comenzó hace tiempo.

Primero fue mi amigo Agus, que tras copiosa y alcohólica cena puso música (luego, es cierto, la cosa se desmandó porque todo el mundo quiso hacerse cargo del tocadiscos -en las cenas de bien, y de pro, la música va en tocadiscos), y mirándonos a los allí congregados, dijo mientras guiñaba un ojo, “atended a esto”, y “esto” era Rodrigo Leao, ¡puafff!, a todos nos entró una especie de melancolía (“extraño asunto es la melancolía, llanto en los ojos, y en el corazón alegría”, esta cursilada parece ser que es un dicho asturiano). La segunda vez que me enfrenté a Rodrigo Leao (ya lo había escuchado incluso antes de que mi amigo “el anfitrión” nos lo pasase por la cara en aquella cena; don Rodrigo formaba parte del grupo Madredeus, y este grupo, hoy extinto, siempre me gustó), digo, que la segunda vez que me enfrenté al señor Leao fue en Psycho-Pom! (garito poético sito en la Plaza de Marrón, Cáceres), Lupe y yo bailamos agarrados una canción de él, <<Atrévete esta noche>>, y al oído le dije, “yo creo en los reyes magos”.

Cuando el pasado día 3 de noviembre vi/escuché (santa dualidad de la música según el tocagüevos Sollers) a Rodrigo Leao y a su grupo (salvaje) de músicos y cantante, dije, “qué capullo, desde el principio sabe dónde apretar y cómo hacerlo. Es un puto profesional”, y lloré hasta que empecé, nada más, y nada menos, que a disfrutarlo. Él es el crack, el mejor porque se rodea de los mejores: el baterista (y alguna cosa más) asentando el concierto dándole tempos precisos; el violonchelista, sabio y mesurado; el viola, jeje, qué manera de ser fiel servidor (de su amo); la violinista, brillante y espectacular; y la cantante estuvo maravillosa a pesar de que la sombra de La Salgueiro es muy, pero que muy ancha y alargada. Gracias, por el concierto.

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