El iceberg – Microrrelatos
Víctor M. Jiménez

Se encontraron, después de veinte años, en la reunión de antiguos alumnos. A duras penas ocultaron la decepción detrás de sonrisas forzadas y frases protocolarias e hipócritas. Ya no eran los mismos. No es que el tiempo los hubiera castigado de forma especial, pero la huella de su paso se evidenciaba con una nitidez indeleble. La juventud había quedado en el recuerdo de unas fotos viejas que fueron pasando de mano en mano, entre risas y suspiros de añoranza. Después de la cena, una orquesta contratada para la ocasión interpretó, con más voluntad que acierto, algunos éxitos de la época. La mayoría ahogaron la nostalgia en la barra libre y otros no tardaron en marcharse después de los brindis, como si el evento no fuera ya con ellos.

Ana tomaba una copa sentada en un taburete del bar. Miraba a sus compañeros e intentaba reconocer a aquellos jóvenes en unos señores medio calvos y de barrigas prominentes. Pronto se le acercó uno de ellos esgrimiendo una sonrisa que le resultó encantadora y muy familiar. Aunque con el cabello plagado de canas, Nacho era aún un hombre muy atractivo. Esperó a que estuviera cerca y antes de que pudiera decir una palabra, le arrojó con furia el contenido de la copa a la cara. Se levantó del taburete, sin mirarle pasó a su lado y se marchó del local. Nacho, muerto de vergüenza, pensó que, después de todo, eran los mismos de hacía veinte años.

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