relato

Historias de Plutón /
JOSÉ A. SECAS

No me gusta hablar mal de la gente. La verdad es que hay cada cosa que piensan algunas personas con mala sangre y mala leche que andan diciendo que si tal y que si cual de uno, o metiendo las narices donde no les llaman o, directamente, dando por culo, que alucinas. Mi punto de vista es más tranquilo. Yo, esas cosas, a lo mejor las pienso, pero no las digo. A mí me va un rollo, digamos, de buen rollito ¿sabes? Yo trato de entenderle y digo que él está mal pero que es pasajero, que “no hay mal que cien años dure”; no te jode, como si fuera a aguantar tanto. Yo digo que tal y como están las cosas, su situación es normal y que es una suerte la pedazo de mujer que tiene lo buena que es y, dicho sea de paso, lo buena que está. Aunque él dice que no tiene nada ni a nadie yo le digo que tiene una familia de puta madre y que me tiene a mi que soy su único amigo aunque siempre acabe dándome un empujón y mandándome a hacer puñetas, pero yo le perdono. Lo tiene jodido con el curro pero tampoco es para ponerse así. Con una mujer como la que tiene debería estar contento. Yo le aguanto porque le tengo que aguantar. Es mi amigo, ¿no? aunque me diga calzonazos y pringao. Con ir a comer o a cenar de vez en cuando a su casa me conformo. Ya saben, de apoyo moral. Cuando está muy pedo le acompaño para que se agarre y llegue sano y salvo. Yo también bebo, pero cuando le veo venir y que va de cogerse una buena cogorza yo le animo y él se pone y yo dejo de beber. Lo hago por él. Creo. Me mola llevarle a su casa y ver a su parienta y comer o cenar con ella su comida y que me cuide un poco también a mi. Esa mujer es que es mucha mujer. Me da no se qué ver cómo trata a ese pedazo de animal. No se la merece. Con qué dulzura le maneja cuando llega borracho. Bueno, porque yo ayudo, claro. Le pone debajo de la cabeza la almohada bien mullidita y le pasa la mano por la frente despacito. Yo le desabrocho los cordones de los zapatos y salgo de la habitación para que ella le meta en la cama. Luego me dice que gracias, que si me tomo un café y yo que bueno, que me quedo un ratino. Y me tira de la lengua y le digo cosas que seguro que el capullo de su marido no le diría ni cuando se casaron. Ella me sonríe como con pena y me dice que le quiere. Yo no me paso ni un pelo en plan intentar algo porque respeto a mi amigo y además los niños siempre están ahí: atentos y mirando con esos ojos negros, profundos, un poco raros… Luego me sueño.

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