Lunes de papel /
Emilia Guijarro

Me gustan los pueblos de la Raya en los que el viajero que deambula por sus plazas y calles recrea su mirada entre ventanas, torres, espadañas, columnas y rosetones, sin que esa contemplación se vea asaltada por los trazos negros de un borrón de grafitero.

Me gusta contemplar las fachadas encaladas, los lienzos blancos de los edificios, sin más huellas que las del paso del tiempo. Y las paredes de piedra de iglesias y castillos, de casas solariegas solo recubiertas por el moho y el salitre.

No puedo decir lo mismo de nuestro hermoso patrimonio extremeño, aseteado por bárbaros, que al amparo de la oscuridad de la noche, emborronan para siempre las paredes centenarias.

Desconocen esos vándalos que preservar el patrimonio es un acto de civismo y debería ser un objetivo de ciudad, pues no en vano un patrimonio bien gestionado es una fuente de riqueza y de trabajo inagotable, a poco que se cuide. Quizás la única segura en estos tiempos que nos ha tocado vivir.

Han hecho bien las Ciudades Patrimonio de la Humanidad dedicar recursos económicos para eliminar las antiestéticas pintadas que deterioran sus calles, y celebro que nuestra ciudad se haya sumado a ello.

Pero de la misma manera también es urgente que se disponga de recursos para acometer el saneamiento de la muralla que rodea nuestro conjunto histórico.

Y no solo vale con preservar los edificios, sino prestar atención a los entornos ciudadanos. El viajero que nos visita, huye de la bronca y del ruido, de la suciedad y las aglomeraciones. Busca la tranquilidad de un paseo, de una visita, de ver correr el tiempo desde el velador de una plaza, eso también forma parte de lo que debemos cuidar, no solo por ellos sino también por nosotros, los habitantes de esta ciudad en la que nos ha tocado vivir.

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