Historias de Plutón /
José A. Secas

No veas el mal rato que he pasado. Va el profe y empieza a pasar lista. Aparentemente se fija bastante. Llega mi turno y contesto un “si” sin problemas. El profesor parece que va pasando cada vez más de controlar los caretos de la gente. Iba por la letra “T”; la que encabeza varios apellidos (desde Tamudo a Turégano); y cuando comienza a nombrar los que empiezan por “Ti”, a la altura de “Tinajas”, el profesor se detiene y hace un comentario al respecto de las faltas de asistencia del tal “Tinajas”. Yo, en ese momento, me acojono porque el siguiente en la lista es Tribaldos, el compañero por el que tengo que contestar para salvarle el culo. Entonces, el señor profesor, dice en voz alta: “Tribaldos” y yo digo: “Si”. Tras un silencio demasiado largo para mi, el profe levanta la cabeza y mira hacia donde proviene la respuesta. Para disipar sus dudas, respondo por lo bajini (pero audiblemente): “Estoy aquí”. El profesor mira y aunque no me ve porque estoy escondido entre varias chicas, responde: “bueno”. Y de pronto, me sale la vena de listillo, de “nota”, de graciosillo de turno y replico: “Bueno no, Tribaldos”. Toda la clase se descojona de la risa con la tontería y él se queda más cortado que la toalla de Freddy Krueger. “Bueno, ahora sí que la has cagado”, pienso. El profesor, levanta la cabeza de la lista de alumnos, se baja las gafas de cerca hasta la punta de la nariz, extiende su mirada hasta el remoto origen de mi voz y dice en voz alta: “Tribaldos, ¿quién es Tribaldos?”. Se produce otro silencio: más largo, más tenso, más … Entonces, la cartera de los documentos del profesor que estaba apoyada en las patas delanteras de su silla, justo a su mano izquierda, reventó en una explosión rotunda y violenta. Su cuerpo quedó hecho papilla y algunos compañeros de las mesas de delante no lo contaron; otros están mal, muy mal: hospitalizados. Yo me salvé de milagro porque había empequeñecido de vergüenza y miedo. Nadie supo quién y porqué sucedió aquello. Tribaldos, ¿no habrá sido tú, verdad?

A tu aire muchacho, sigue tu aire. Parece que eres el absoluto catalizador de la única verdad. La razón anida en ti, muchacho. Tus oídos se cierran ante cualquier argumento que no haya nacido en tu seno, tus procesos lógicos y razonamientos emanan de tu sabiduría intrínseca y del profundo conocimiento universal que te corona. Tus maduradas reflexiones, la calidad y la claridad de tus pensamientos, tienen el color, el olor y el sabor de las cosas bien hechas; perfectamente hechas, excelsas, muchacho. Oye, majete, ¿cómo es que malgastas tu precioso tiempo con la escoria y la basura?, ¿cómo te arriesgas a contaminarte de la vacuidad de esa gente vulgar que te rodea? Te admiro pero no te entiendo, muchacho. Bueno Tribaldos, tú sí que sabes; no yo. Sigue, sigue a tu aire, muchacho que parece que la vida te sonríe.

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