Del cielo al miedo. José A. Secas

Reflexiones de un tenor
Alonso Torres

Aquí, hoy, debería escribir la tercera parte (la que hipotéticamente le gustará a mi padre, pues las dos anteriores entregas le parecieron vagas, blandas y no verdaderas) de “Metropolitano”, dedicada al Atlético de Madrid y a mi relación con dicho equipo, peroooo…; también podría aparecer hoy, aquí, una columna–homenaje a quien fuera mi cardiólogo, el doctor Palomino (enamorado como pocos del buen vino y del boxeo; yo le decía, “pero doctor, para el boxeo, lo mejor es el jazz y el whisky”, a lo que él respondía con un irónico, “sí, qué sabrás tú”), recientemente fallecido, pero no escribiré sobre esto, no. ¡¡¡Gesanta!!!, podría componer una oda a la Virgen del Litio de La Montaña (aunque La Señora ya tiene palmeros y palmeras que la suben y bajan todos los años en fechas señaladas, y sin embargo, no saben que a La Patrona habrá que moverla de sitio porque la mina a cielo abierto fagocitará todo el “montañoso” entorno) pero la poesía “clásica” no es lo mío, no hago rimas yo.

Un pitido perturba mis oídos, enmudezco, agacho la cabeza y si puedo correr, ¡corro!

De camino a casa para escribir esto que ahora tienen delante de sus ojos (esos ojos que se han de comer los gusanos –lo siento, estoy asimilando “cosas” y eso me hace ser cruel, solo durante unos instantes, sí, pero instantes al fin y al cabo-) he pensado en el miedo, en el miedo cerval que algunas situaciones* me producen, un miedo que se refleja en mi mente, claro, pero que tiene consecuencias directas en mi físico: mi cuerpo entero se pone laxo (quisiera ser nube); los brazos caen inertes (como los de las bailarinas de danza irlandesa); las piernas pareciera que enflaquecen y tiemblan (eso sí que no lo parece, es); un pitido perturba mis oídos, enmudezco, agacho la cabeza y si puedo correr, ¡corro!

Cuando se trata de la verdad no hay huída posible (este es el asterisco de ahí arriba); escribió alguien (al que musicó Serrat) que “nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”. Aceptar lo inaceptable, esperar lo inesperado, parece ser que dijo Confucio, o por lo menos es un dicho chino, pero lo de “comerse” lo inaceptable creo que no me hace sabio, me hace viejo, y me jode. Escuchen al sufriente y doliente de Shostakovich (este compositor estuvo bajo el poder de Stalin, y solo conozco una fuerza mayor a la de este asesino: el amor), seguramente no entiendan de lo que he escrito, pero tal vez les ponga en alerta.

Artículo anteriorUna pintura en la pared
Artículo siguienteLa pared

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí