La amistad y la palabra /
Enrique Silveira

Recordaba Marién aquel desventurado día en el que conoció de verdad el miedo. No pasaron muchos minutos hasta que se acomodó en el interior de la consulta, pero se hicieron eternos. Hacía rato que había dejado de hablar con su madre, fiel acompañante en estos y otros acontecimientos, porque hay momentos en los que la inquietud se vuelve incompatible con la charla. Este era uno de ellos.

El médico se mostró cordial, incluso próximo, pero si tienes la obligación de dar malas noticias, tu imagen no es más que la extensión de tu discurso y no existen procedimientos que le resten patetismo al instante.

Carcinoma ductal, el tecnicismo desconocido que enmascara un término mucho más presente en nuestras conversaciones: cáncer. Hace unos pocos años esta palabra comportaba una pregunta inexcusable: “¿Cuánto me queda doctor?” Al tiempo se te pasaban por la cabeza todas aquellas tareas que todavía requerían tu atención y que estaban por concluir; transitaban por tu mente las imágenes de tus seres queridos, sobre todo los que de alguna manera dependían aún de ti; también los sueños incumplidos, las ambiciones que te hacían más llevadero madrugar cada mañana y que ahora se mostraban como fantasías infantiles de imposible cumplimiento. Pero son tiempos de brega y los tumores se enfrentan a enemigos mucho más poderosos que la mera providencia. El doctor no permitió siquiera la pregunta que antes inundaba la consulta de pánico incontenible y se dispuso, con un gesto entre el optimismo y la competencia, a enumerar los pasos que convertirían este mal trago en un agrio recuerdo.

No podía olvidar Marién las palabras del que se transformaría en los meses siguientes en un aliado indesmayable: “ No puedo decirte que va a ser fácil; no puedo asegurarte sin titubeos que el éxito está asegurado, pero sí te prometo que en esta contienda nunca te encontrarás sola.”

Estadio, subtipo de tumor y estado del HER2, marcadores genómicos, presencia de mutaciones conocidas como BRCA1 o BRCA2… Nomenclatura tan desconocida como aterradora y, tras un millón de lágrimas, la mastectomía, el enemigo-aliado más íntimo de la mujer, la que te abre la puerta a una nueva vida en la que ya no serás la misma; la quimioterapia que transforma tu imagen y tus entrañas; el desaliento tan hondo que no te deja ni levantarte de la cama; el cansancio, la inapetencia, la alteración del gusto, los vómitos que se llevan toda tu energía; los momentos de flaqueza en los que piensas que esos días son las postrimerías de tu corta existencia…

Rememoraba Marién, por fin, los días en los que el llanto dejó de humedecer sus mejillas, el momento en el que se miró en el espejo y reconoció su pelo, fuerte y con una tonalidad que le resultó atractiva, la alegría de todos cuando la vieron sonriente y feliz dedicada a sus ocupaciones habituales, la mañana en la que se reincorporó a su trabajo, los encuentros con su médico, ya sin su temida bata blanca, al que siempre daba un abrazo en el que se mezclaban el agradecimiento y el alivio.

Se acordaba Marién del día en el que miró al cáncer a la cara, como si fuera un semejante, y le dijo: “ Nuestra relación se ha terminado y no me hacen falta compañeros como tú en el futuro. Ojalá no volvamos a vernos, pero si nos reencontramos, recuerda que no me rendiré jamás.”

Montaña, María, Toñi y las otras luchadoras infatigables seguid luchando, que aún hemos de compartir muchas cosas.

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