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Mi ojito derecho /
CLORINDA POWER

Manuel Jabois tiene solo 37 años. Muchos para andarse con tonterías, poquísimos para escribir como escribe. Poquísimos para ponerte los pelos de punta y dejarte seco. Aunque si Jabois tuviera doscientos años más, seguiría pensando que son poquísimos para hacer lo que hace.

Me decía mi padre a propósito de Jabois que hay personas que acaban dedicándose para lo que realmente han nacido. Y eso también me puso los pelos de punta. Porque es verdad y porque es una verdad brillante.

Cuando Jabois publica un escrito, el mundo de aquellos que publican se hace más oscurito y más profundo, como un colchón que cede y te engulle de noche para escupirte por la mañana y leer la columna de Jabois. Y entonces el café ya no es café, es un recuerdo del invierno del 96, la radio no es la radio, es un instante en la cocina con tu padre, y la ducha fría no es ducha fría, es calentita como el pis de cuanto tenías 5 años.

Yo me siento privilegiada por leerle, pero sobre todo por darme cuenta de que a Jabois hay que leerle, porque cuando lees a Jabois, te lees a ti, a tus padres, a tus hermanos, te lees cuando tenías dieciséis años y cuando tenías sesenta y tres. Y eso no debería dar ningún miedo, lo que deberíamos hacer es dar las gracias. A Jabois por escribir como escribe y a nosotros por leerle.

Si no le conocéis, buscadle en El País, en El Mundo, en el Diario de Pontevedra, en la Jot Down y leedle y tomad café y escuchad la radio y haceos pis en la ducha. Ya me contaréis.

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