Desde mi ventana
Carmen Heras

Las gafas con orejeras es lo que tienen, que obligan a mirar en una determinada dirección. Durante un tiempo, la opinión publicada y la pública (o viceversa) decidió creer que las cuestiones catalanas no tenían otra forma de observarse y entenderse, que a modo de dos bandos enfrentados, dos líneas paralelas que nunca se encuentran. Pero como muy bien ha dicho Carmen Calvo, en democracia (y yo diría que en la vida) solo cabe el diálogo y el diálogo, desde una cierta relatividad deferencial con el otro, no se si me explico. Porque la experiencia enseña que los términos inalterables casi nunca se funden con lo real.

¿Cuando se enterarán sus señorías de que algunos actos a los que ustedes acuden no le importan nada a la mayoría de los ciudadanos? ¿Y que, por el contrario, producen la incomodidad de saber que existen unos representantes privilegiados haciendo gala de ello? A veces, dentro de los discursos pertinentes, oímos decir obviedades (escritas por los encargados de turno) que nos sonrojan, pero como casi siempre en la historia de los pueblos, estos ni se inmutan, pues de sobra saben que todo es una impostura, una manera de llenar el tiempo. Lamentable que los símbolos rueden por los suelos, a fuerza de usarlos mal y a deshora.

Creo ciertamente que la inteligencia lo es, en tanto que sabe adecuarse a nuevas circunstancias y en tanto que actúa, y no solo estudia y reflexiona

Creo ciertamente que la inteligencia lo es, en tanto que sabe adecuarse a nuevas circunstancias y en tanto que actúa, y no solo estudia y reflexiona. Las crisis personales, cuando se viven, obligan a desaprender lo aprendido, para hacer estructuras de otro tipo, incluso con nuevos componentes. Una especie de éxodo particular que cada quien vive a su manera. En el que cada uno se defiende como puede.

Y hablando de vivir, ¿qué me dicen de esa táctica casposilla de “vender” los datos a los medios cuando son “buenos”, y esconderlos cuando no llegan al nivel pretendido? Afinar tanto me deja sobresaltada. Por la certeza que algunos dan a los tratados de estadística. Tanto como para elevarlos unas veces a verdades absolutas y otras simular que no existen cuando no son lo políticamente correctos que debieran. Hay mucho topo escondido en las salas de máquinas, mucha mirada ceniza sobre la forma de trabajar en el campo político, mucha pobreza intelectual y demasiada picaresca de andar por casa… Entrando y saliendo de los despachos… Y la desconfianza no ayuda a salvar las situaciones. La verdadera inteligencia ha de actuar, pero para ello debe alejarse de miedos y de cálculos astutos (solo) sobre posibilidades individuales.

Es difícil que ello se haga. Corresponde a un estilo. En contra de lo comúnmente aceptado, las reglas de juego, aplicadas a lo loco, enseñan a los taimados a esconderse y no a ser más serios. Ocultos entre colegas, esperan el momento propicio para asomar la cabeza, sin mejorar apreciaciones o actos; solo simulando respetar las normas existentes.

¿Para cuando un debate sereno entre gente digna en el que se analice si la tarea propiamente política debe de caminar por otros derroteros, y si es preciso confrontar ciertos hábitos de liquidar al contrario usando todo tipo de instrumentos a su alcance?

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