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Desde mi ventana /
CARMEN HERAS

La ventana por la que (mi padre se encargaría de explicármelo luego) entró la cigüeña con mi hermano, pertenecía a una terraza acristalada de las que allí se llaman galerías.

Vino después de comer, mientras yo estaba en el colegio y dejó al peque en brazos de mi madre que, cosa curiosa, se encontraba en la casa ¡Bien malita que estuvo por entonces! ¡Y hasta la tía hubo de venir del pueblo para atenderla, el conocimiento perdido con aquella fiebre de 41 grados que no le bajaba y aquellas cataplasmas que el médico ordenó que le pusieran!

A la galería habría de asomarme yo muchas veces mientras vivimos en aquel piso antiguo situado en el casco histórico de la ciudad, en la Plaza de la Leña, así llamada porque el pueblo recogió mucha, mucha… con el ánimo encolerizado de quemar a los nobles locales dentro de una iglesia, cuando se produjo el famoso Motín de la Trucha en Zamora…

Yo pegaba mi cara a los cristales para mirar lo de afuera, y entonces aparecía el cielo inmenso sobre un montón de tejados de distintos tamaños y colores, según fuera la teja más nueva o más envejecida… Abajo y de forma cuadrada un patio particular, como el de la cancioncilla, por el que circulaba toda oronda y lenta, hasta la exasperación, una tortuga de caparazón oscuro.

Los humanos, esos seres extraños que manejan retos, juegan, de vez en cuando, a ver quién es el hombre (y la mujer) más viejos del mundo

Y es curioso cómo mi infancia hasta los diez años va codo con codo unida a esa tortuga y sus ciclos vitales, a su desaparición en los meses de letargo debajo de una gran planta de hojas grandes, una hermosa angélica que dominaba el entorno, y a su despertar paseante cuando correspondía. El paso del tiempo entonces no asustaba. También caminaba lento como la tortuga.

Cuando estudié la relatividad física entendí el por qué pasaba lo qué pasaba. Pero para entonces era otro mundo el mío y otros los horizontes marcados. Mi generación estaba tan ansiosa de tantas sensaciones que puso alma y vida a su servicio, sin saber que si alguien se entrega por completo, nunca vuelve entero. Y que la vida se desarrolla en círculos. De dentro hacia afuera y otra vez adentro.

Los humanos, esos seres extraños que manejan retos, juegan, de vez en cuando, a ver quién es el hombre (y la mujer) más viejos del mundo. Muchas veces me he preguntado por el pensamiento de esas personas que tienen años por encima de los cien. Sin duda lejos ya de lo que fueron sus orígenes y roles personales. Sus costumbres, sus deseos. Y entiendo el ensimismamiento y la introspección.

Estar a la moda exige un esfuerzo tremendo. Estudiar para aprender todos los días cansa mucho, amigos. Mucho.

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