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Lunes de papel /
EMILIA GUIJARRO

Estamos acostumbrados a que cada vez que hay un partido de futbol y hay desplazamientos masivos de hinchas ocurran sucesos que nos abochornen, pero lo sucedido en Madrid con los seguidores del PSV ha pasado la raya de lo que se puede permitir.

Pertenezco a una generación, la de los nacidos en los años cincuenta del pasado siglo, en la que nos enseñaron que la limosna se da en la mano, y que cuando lo que se daba era un trozo de pan, se besaba antes. Lo refleja muy bien Almudena Grandes en su última novela «Los besos del pan». Y casi siempre éramos los niños los encargados de esa tarea, para enseñarnos que la pobreza, la mendicidad, era una desgracia que podía ocurrirle a cualquiera.

Será por eso, o porque sencillamente, es vergonzoso, por lo que me ha producido tanto rechazo, indignación y asco las imágenes que hemos visto de esos holandeses borrachos, hinchas del PSV que lanzaban monedas, y quemaban billetes delante de la cara de unas mendigas rumanas, en la plaza Mayor de Madrid, humillándolas, obligándolas a tirarse al suelo.

No me gusta esta Europa que pone alambre en sus fronteras, que es insensible a la situación de miles de refugiados muriendo en medio del barro

La degradación más absoluta del ser humano es reírse de la desgracia ajena. No me gusta la Europa que representan esos hinchas, hijos de una Europa envejecida, burguesa, y acomodada, que teme perder lo que tiene y que rechaza lo diferente.

No me gusta esta Europa que pone alambre en sus fronteras, que es insensible a la situación de miles de refugiados muriendo en medio del barro.

No me gusta esta Europa populista y extremista que empieza a tener cada vez más presencia y poder en los países ricos.

No quiero formar parte de una Comunidad en la que lo único que importa es el euro, el dinero, y lo que sobran son las personas.

No me gusta esa Europa que lo único que quiere de los países del Sur es mano de obra barata, alcohol, y sol.

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