Desde mi ventana
Carmen Heras

Escuchando hablar a un buen amigo sobre lo que necesita esta tierra para encontrar su verdadero progreso, no pude por menos de recordar mi tiempo en la política activa y la proximidad de los problemas, estructurales o no, en Extremadura junto con el deseo de resolverlos. O al menos, de aportar una pequeña ayuda al respecto.

Es cierto que, en mi parecer, la región extremeña no tiene una sola dificultad, sino varias. Todas se entrelazan como los rabillos de las cerezas en un cesto, o la bisutería en un cajón, de modo y manera que cuando tiras de una sola de las piezas, ésta arrastra a otras y ya no tienes un único problema, sino unos cuantos.

Es como cuando confeccionábamos el horario de las clases semanales, al inicio del curso académico. La primera vez hubieron de ayudarme. Conseguimos una cartulina grande de color amarillo, varios lápices de puntas finas y afiladas, dos o tres gomas de borrar y una gran regla. Y extendimos la superficie limpia del papel sobre la mesa para dibujar las casillas y hacer con todas ellas una gran cuadrícula. Ubicamos allí las disciplinas, los días y las horas y empezamos el reparto y la ejecución, combinando a los profesores, las materias, y las veces que diariamente habían de impartirse estas últimas para cumplir el horario completo de cada docente. Todo a mano, la caligrafía legible, puntillosa, artesanal. Con cuidado y paciencia, al final, la cartulina reflejaba la hoja de ruta de las asignaturas, de quienes las impartían y de sus alumnos. Sin distingos. Todo ello fielmente subrayado para ser transmitido en porciones a cada individuo interviniente en el proceso.

Existía una posible distorsión. Cuando alguien, por algún motivo justificado, pedía cambios. Era en aquel momento, cuando el sistema parecía enredarse hasta el infinito. Porque cada vez que un cambio se concedía, éste obligaba a varios más cuando el conjunto trastabillaba en su exactitud y en los encajes. Y, o faltaban horas, huecos, o aulas…eso por citar solo algunas de las situaciones. Y había (casi) que volver a empezar.

Pues lo mismo, creo yo, que ocurre con los territorios. Sucede, que su primer poder son los recursos que poseen, siendo no menor por importante, el deseo de acción de los humanos que viven en él. Para que una región (una villa, un país) progrese, han de quererlo sus habitantes con realismo y rotundidad. Y ser conscientes de lo que significa todo ello dentro de un proyecto común donde cada uno ha de tener un papel. Luego, o al tiempo, vendrán los buenos líderes que impulsen y dirijan; vendrá el compromiso y la resistencia, las ayudas exteriores, y el trabajo de cada uno de los sectores y personas, tanto, más o menos, pujantes de su interior.

Los pueblos no debieran nunca desatender el hecho de que solo la voluntad de sus integrantes logran los vientos básicos que impulsan la nave de la cotidianidad y la mueven hacia el futuro. Y hay ocasiones, por costumbres o historia, en las que los territorios no están a la altura que se les supone y meramente se dedican a subsistir, subvencionados. Cuando la formación que se aplica no consigue romper el bucle de la marmota consiguiente. Quizá porque le faltan las herramientas adecuadas. Y nadie se gasta en dárselas.

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