La temperatura de las palabras
José María Cumbreño

Lo que está sucediendo con la posible creación de una mina de litio en Cáceres me parece la demostración (una más) del valor que los ciudadanos tenemos para nuestros políticos: el mismo que simples cobayas con las que ensañar todo tipo de experimentos.

El auténtico poder, ese al que nadie vota pero que de verdad manda, siempre es económico. Y los partidos políticos no son sino sus marionetas. Porque, detrás de los dimes y diretes de unos y otros, se esconde un guion cuyo planteamiento, como de costumbre, busca un desenlace en el que ganan los de siempre (los dueños del dinero) y perdemos también los de siempre (todos los demás). En el medio, el nudo de la trama se retuerce más y más gracias las mentiras y las medias verdades de los personajes protagonistas.

Por un lado, tenemos a una alcaldesa que primero dijo que la mina constituía una oportunidad de progreso y luego, repentinamente, se ha transformado en su peor enemiga.

Por otro, está el líder de la oposición municipal, quien desde el principio afirmó estar en contra de la mina, aunque su partido parece empeñado en hacerle la cama desde Mérida.

El tercero en discordia, Ciudadanos, está claro que se siente cómodo con cualquier papel que se le asigne según los intereses de la intriga.

A estas alturas, resulta evidente que los perjuicios para los que vivimos aquí serían descomunales

Por último, los dos concejales de Podemos intentan resistir como si fuesen dos galos de la aldea de Astérix, a pesar de que saben que los romanos esta vez son demasiados.

Mientras tanto, la empresa minera continúa haciendo catas, abriendo oficinas en Cáceres y dando por segura en su página de internet la creación de una mina a cielo abierto pegada a nuestra ciudad.

Tengo mucho miedo. La propia empresa ha reconocido que emplearía el método más económico para obtener el litio: nada menos que ácido sulfúrico. Tiemblo al pensar en esa y otras sustancias químicas flotando en el aire que todos respiramos. A estas alturas, resulta evidente que los perjuicios para los que vivimos aquí serían descomunales. Tanto como que, visto lo visto, ninguno de nuestros representantes está dispuesto a defendernos.

Ojalá alguno, en el último momento, sufra un ataque sensatez y no nos obligue a que seamos nosotros los que tengamos que hacer lo que ellos deberían haber hecho hace mucho.

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