Historias de Plutón
José A. Secas

Tenía esperanzas. Quizás un día lo hubiera perdido casi todo, pero aún conservaba titilante en su alma un rayo de luz abrazada a un horizonte de penumbras gigantescas, pero frágiles y dispuestas a rendirse. Anhelaba el calor de un beso de piel y amapola y perseguía su minuto de gloria viéndose reflejado en la fuente de unos ojos color azur. Se había reencontrado con la ilusión primigenia y con ese presunto estado glorioso que precede al enamoramiento de manual y que puede nacer entre dos desconocidos, y ni siquiera recíprocamente. La venda que comenzaba a cubrir sus ojos permitía que solo oyera cantos de sirena y trinos de pájaros exóticos de plumajes irisados e incendiados de luz policromada. El paraíso ideal descendía y se acunaba en sueños imposibles proyectados hacia un futuro de cuento de hadas y las ganas viscerales de amar y ser amado iban creciendo en su seno como mariposas etéreas y sutiles preñadas de lava. El permanente revuelo en un estómago en erupción le resecaba la garganta como las cenizas del olvido, se le acumulaban dulces palabras de amor en el brillo de los ojos y la presencia constante de la idea de aquella mujer ocupaba los cuatro puntos cardinales de su mente. Llenaba las horas de ganas de tocar el cielo para perderse en una existencia idealizada construida con los mimbres de la imaginación. El caldo de cultivo del futuro amor total se cocía en su interior siempre predispuesto a la ensoñación fantástica, casi irreal.

Los miedos, las dudas, los prejuicios o las simples inseguridades del caminante sediento en la oscuridad iban cayendo como enemigos de un videojuego al paso de su fuego interior y de su vehemente fuerza vital. La ilusión era el combustible que le permitía afrontar el futuro sin reparar en el presente. La ilusión trituraba la experiencia y barría los recuerdos. La enajenación mental, la alteración neuronal, el baile de la serotonina, la dopamina y la oxitocina, la incandescencia espiritual que deslumbraba sus entrañas y sus pensamientos, cegaban cualquier atisbo de consciencia y de congruencia. El poder de un amor en ciernes y en estampida amenazaba con superar todos los deseos acumulados en años de carencia y de inanición emocional y afectiva.

Aún no podía asegurar que estaba enamorado porque jamás había visto ni hablado con aquella mujer imposible y distante, habitante del espectro platónico y reflejada en una pantalla de cuarzo líquido. Su estado emocional era un preparado natural hecho a base de literatura romántica, cuentos infantiles, inspiración onírica y sueños calcados de sueños imposibles, pero bellos. Sueños solamente asequibles a las almas empapadas del amor de los ángeles que él atesoraba. El amor infinito que nace de lo más hondo de un sentimiento puro, original, inmaculado e inocente iba acumulándose y decantándose por anticipado, los efluvios de su combustión se trasmutaban en pura ilusión y su vaho impregnaba la presencia constante del sueño irreal de su momento presente.

Aquel sentimiento que le embargaba reclamaba de su mente atribulada cordura y consciencia. La razón estrangulaba los impulsos y ponía los pies sobre la realidad y en el ahora, pero el corazón hambriento abría la espita para que fluyeran las ansias y se desbordaran las ganas de amar. El dominio de las pasiones del raciocinio obligado se batía en lucha cruenta con el impulso vehemente del deseo ideal. La fuerza intangible del futuro anhelado se apoderaba de sus sueños de vigilia y el galopar de su corazón aumentaba a medida que la espera se acortaba y la hora del encuentro se cernía sobre su destino. El delirio y la locura llamaban a su puerta, la suerte tonteaba con la tragedia, la paz con el duelo y la verdad con la mentira. Los prejuicios positivos y las expectativas se enrollaban en espirales ascendentes hasta la gloria bendita y una fina lluvia de besos y caricias imaginadas cubría su frente ardiente. La idea de ella superaba todas las estructuras mentales posibles e imposibles y los pliegues del pensamiento se hacían grandes en su alma hasta conquistar el universo.

Como todo proceso, aquella ilusión se hizo realidad y después se quemó en el fuego de la verdad imposible. El humo impregnó el aire de aromas de amor chamuscado y las cenizas cubrieron los ojos del sueño irrealizable. Las ilusiones, esperanzas, la fe y la confianza llevan implícitos desencantos, decepciones y frustraciones. No todos los planes se cumplen, no siempre se alcanzan los sueños. Sentirse satisfecho en la vida implica haber digerido los sinsabores, pero no todo está perdido porque siempre vuelve el amor.

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