Desde mi ventana
Carmen Heras

Leo un artículo muy interesante sobre las cuatro edades de Internet y sus ofertas, y eso me trae a la memoria (por contraposición), la manera de interpretar la tradición de los Magos en los ayuntamientos. Y en otros grupos, cuyos miembros decidieron este año tomar parte activa del evento, actuando de carteros “recogedores” de las cartas a los Reyes, de los niños.

Para que la lluvia prevista no estropeara la cabalgata, algunos ayuntamientos decidieron celebrarla el día 4, en vez del 5 de enero; así que los padres habrán tenido que novelar un nuevo relato informativo a las criaturas del por qué en unos sitios los Reyes aparecieron antes que en los otros. Aún siendo mágicos.

Pienso en el adiestramiento que ahora reciben nuestros pequeños, tan diferente al que nosotros recibíamos. Hoy se estila una protección a los menores tal como si fueran pequeños jarrones chinos, en la que se guarecen aún creciendo. Nada que ver (por ejemplo) con aquellas prescripciones facultativas del médico de nuestra infancia que recomendaba a los padres, cuando nos acatarrábamos, que si no teníamos fiebre, ¡abrigados y a la calle!

Resulta sorprendente la cantidad de horas empleadas en debates sobre asuntos, o circunstancias de los mismos, que a muchos nos parecen intrascendentes. Bajo una etiqueta de tolerancia, utilizada por doquier, existe, en capas amplias de la sociedad, un conservadurismo exacerbado sobre lo qué es correcto y lo que no, y un intento de imponerlo a todos los convecinos. Con una sensibilidad manifiesta y mayor en los matices que en las cuestiones de fondo.

Yo tropecé con el monarca Negrito, en la tarde previa a la Noche de Reyes, cuando salía de su casa para incorporarse a la Cabalgata. Tenía la cara del vecino y subí corriendo a contárselo a mi padre, que se rió y me dejó claro lo qué ocurría. No recuerdo aflicción alguna por mi parte (debí pensar inconscientemente que mientras siguieran llegando los regalos poco se había perdido). No la tuve tampoco cuando apareció la primera “regla” con la consiguiente “pérdida de la niñez”. Ni ante la negativa de mi madre en el primer tonteo de “novio a la vista”.

Tienen los niños una fortaleza intrínseca que para sí quisiéramos los mayores. Creo que ahora se dramatiza demasiado sobre ciertos aspectos de la vida que solo pueden aprenderse con el esfuerzo y hasta con la frustración. Curiosamente la sociedad actual, mucho más preparada en “herramientas” de todo tipo, es bastante más débil ante las incidencias normales del devenir de las cosas. Y utiliza, en algunos aspectos de la formación del carácter, una protección exagerada como bandera. “Arrojé a mi hijo a la piscina, para que se soltara a nadar” -recuerdo que dijo una madre, deportista, en la guardería- y yo me aterroricé. Hoy eso sería impensable y la “arriesgada” se enfrentaría seguramente a alguna denuncia. Supongo que entre un planteamiento y el contrario existen toda una gama de tramos dignos de subrayar.

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