Historias de Plutón /
José A. Secas

Voy a contar mi plan. Los antecedentes son circunstanciales. Después de despedir el año seis minutos después de la media noche con un brindis con cerveza y un poco de queso de oveja, me decidí a escribir una especie de poesía automática a base de flashes e inspiración inmediata y, ciertamente, contaminada. Del montón que me salieron (literalmente), me decidí a adoptar a diez de ellas y las convertí en frases con cierta intencionalidad o nosequé. Las puse guapas, les hice una foto y directas se fueron al muro de la red social por antonomasia (FRASEX del 2 ene; en un álbum de mi perfil), de tal guisa, que me dio la ventolera de convertir el álbum de frases en un reto literario personal (sobrevenido, oiga) e invité al personal, vecinos, conocidos, familiares y amigos a que colaboraran en la elección de las tres candidatas a hacerse mayor en forma de cuento, recuento, relato o microrrelato.

En el proceso de selección, dejaba las bases lo suficientemente ambiguas y frágiles como para que la bola de nieve rodara, cada frase tomara su camino y que, definitivamente, terminara siendo una elección democráticamente a dedo. Por otro lado, estimulaba la participación de la concurrencia con la promesa (o insinuación, váyase usted a saber) de una pitanza musical clásica y básica, pero por ello no menos apetecible. El caso es que mucho o poco y siempre con aportaciones de quien quiso, hubo suficiente carrete y enjundia como para que me tuviera que dedicar a seleccionar, desarrollar y dejar pintones a tres productos literarios con el único fin de comerme con patatas mi compromiso público y documentado.

Las siguientes reglas del juego las voy a comunicar en este medio. Digamos que este es el plan: A partir de que salga a la calle este artículo, el contador se detiene, el grupo cambia de abierto a secreto y se formaliza la bienaventurada confabulación de las tres frases (becetefe, para los iniciados). Todos los miembros de esta, llamemos cariñosamente, secta, comenzaremos a preparar la fiesta en las inmediaciones de la noche de San Juan (en justa correspondencia) de tal modo que se va a cagar la perrina (en basto) o va a ser excelsa (en redicho). El motivo será musico-gastro-literario y pondrá en escena -ahí es na- tres productos literario-gastro-musicales, como mínimo. Y notedigomah que luego to se sabe…

Ya sé que habrá muchos que se van a quedar fuera por su mala cabeza pero, a ver, es que no se puede estar en todos los lados. Se siente. A lo mejor (no quiero aseguraros nada), constituimos un censo de tardones, unas reglas de admisión en diferido, instutucionalizamos el trafico de influencias, enchufismos y compromisos varios o abrimos un plazo de reclamaciones con un porrón de claúsulas y un saco de preguntas que no tienen solución. A lo mejor. O más mejó, sería inventarse una app para poner en contacto a los amantes de la literatura, la música y la gastronomía (o la combinación de) y que se lo pasaran chachipiruli como nos lo vamos a pasar nosotros. Entonces viene Zuckerberg y nos compra la empresa por un dineral y colorín colorado, la carta de los reyes (del mambo) ha empezado.

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