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Pantalla /
EDUARDO VILLANUEVA

La propaganda de Hollywood siempre ha permitido a EE UU posicionarse como un mercado primario en gran parte del planeta, sin apenas hacer mucho esfuerzo. Gracias a las películas de Hollywood, EE UU ha vendido sus bondades a medio mundo con una facilidad pasmosa. Más aun, teniendo en cuenta que la cuota de pantalla que Europa dedica a las películas estadounidenses es mucho mayor que la que América (como ellos se denominan; como si Perú, por ejemplo, no fuese América) dedica a importar productos audiovisuales. De hecho, EE UU importa un 2% de mercancía audiovisual, mientras que enchufa su morralla al resto de mercados occidentales (y también asiáticos, con excepción de China, donde les restringen severamente).

La propaganda de Hollywood comenzó a ser muy eficiente después de la II Guerra Mundial y los políticos, conocedores de este potencial, la hicieron suya para diseminar las virtudes belicistas de la América patriótica. Después de la guerra de Vietnam, donde EE UU quedó a la altura del betún por inmiscuirse en un conflicto con la única intencionalidad de dar salida a sus empresas armamentísticas, la militarización de Hollywood se hizo patente (en plena era Reagan) para devolver la confianza en el ejército al pueblo estadounidense. Así surgieron películas de cartón piedra como “Oficial y caballero”, con Richard Gere, donde el protagonista era un paria social y solo a través del ejército conseguía el éxito en su vida.

Años después de aquella década ochentera del republicanismo de Reagan y la desmesura de los yupies de Wall Street, que colean en la actual crisis económica, llega el abuelo Clint Eastwood a entregarnos una revisión del patriotismo USA, en un formato que navega entre la brillantez de la puesta en escena y la escasez intelectual de un guión propio de un telefilme de Antena 3 en la sobremesa del domingo.

Me estoy refiriendo a “American Sniper (El francotirador)”, una película cuyo único objetivo es que la audiencia no se cuestione cómo se vanagloria la capacidad letal de un marine estadounidense que alcanzó el grado de leyenda: Chris Kyle. En esta película los iraquíes son muy malos y los americanos unos salvadores. Con 84 años, no sé si Eastwood es el autor del rodaje de las escenas bélicas de la cinta, o si lo hace una segunda unidad. Pero lo cierto, es que lo mejor de la película son sus secuencias de acción. El resto, es basura propagandística, que dibuja el perfil de un marine con trazo grueso, que lo mismo mata a soldados iraquíes, que a mujeres y niños, sin pestañear.

¿Hay derecho a estar en contra de la intervención militar de Estados Unidos fuera de su territorio? Pues ese aspecto, ni siquiera permite el señor Eastwood que se plantee el espectador cuando ve su película, que enaltece a un criminal de guerra, con un final bochornoso, que se desquita con honras funerarias y un cartelito explicativo.

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