Con ánimo de discrepar
Víctor Casco

Arabia Saudí constituye una de las satrapías más brutales de Oriente Próximo. Los reyes y príncipes de este estado feudal gobiernan con mano de hierro sobre una población sin derechos, bajo un régimen patriarcal, de dominación absoluta sobre la mujer y con un código penal más propio de los tiempos de Hammurabi que de una sociedad ilustrada y moderna. Todo opositor al régimen es decapitado. Y si alguno logra huir, es perseguido y silenciado cuando se le alcanza.

Fue el destino del periodista saudí Khashoggi, defensor de los derechos humanos y la democratización en su país: descuartizado vivo en el consulado del reino feudal en Turquía. “Traedme la cabeza de ese perro” había sentenciado la mano derecha del príncipe heredero.

Pero ¡ah!: la monarquía saudí posee el acceso a buena parte de los pozos de petróleo de la península arábiga y el crudo silencia muchas conciencias. También los importantes contratos de venta de armas; las cuales son empleadas, por cierto, en masacrar a la población civil en Yemen. Aquí, igualmente, el silencio es espeso.

Cuando un solo país puede hacer tambalear la economía de otro, solo cabe concluir que la segunda es una colonia de la primera

Nos rasgamos las vestiduras cuando un país pobre vulnera los Derechos Humanos, pero cuando se trata de Arabia Saudí (o China, o EEUU) ¡qué hipócritas son nuestros líderes! ¡qué infames! ¡qué cobardes! La muerte de Khashoggi y la de miles de civiles yemeníes debería manchar las manos de Pedro Sánchez, de Pablo Casado, de Albert Rivera o de “Kichi”, el alcalde de Cádiz. ¡Fariseos! ¡Sepulcros blanqueados de inmundicia y horror! También las de Juan Carlos I – que ha disfrutado de las comisiones ilegales por contratos con el régimen saudí – o Felipe VI. Nuestra ejemplar monarquía…

Y es que cuando pedimos que se cancele la venta de armas a Arabia Saudí, estamos pidiendo que se cancelen las suculentas comisiones que perciben políticos, empresarios y monarcas de las arcas saudíes. Y eso, para ellos, es demasiado.

Y aún podemos concluir algo peor: se nos dice que sin esos contratos nuestra economía se resentiría. ¿Nos paramos un momento a analizar el significado de esta conclusión? Cuando un solo país puede hacer tambalear la economía de otro, cuando una nación tiene semejante poder sobre otra “teórica” nación, solo cabe concluir que la segunda es una colonia de la primera. Es, de hecho, el elemento más característico del llamado “colonialismo económico”. ¡Oh, sí, queridos amigos de la banderita en el balcón, la muñeca o el collar del perro! España no deja de ser una vulgar colonia – alguien podría decir que una meretriz más – del reino feudal de los príncipes saudíes.

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