La bruja Circe

En otra de mis vidas viví un verano junto al mar, en una isla. Para los estándares humanos no era ya tan joven, que estaba ya en los primeros años de mi veintena.

Vivimos ese verano junto al mar, en un bungalow de un camping.

Era un lugar de reunión de antiguos hippies, mujeres de 40 años que eran matronas, abuelas que cuidaban de sus nietos mientras los padres trabajaban en las cuestiones del turismo.

Jugaban al bingo. Recuerdo a una señora que hacía de niñera, cuyo padre era un conocido médico nazi. A una joven francesa algo mayor que yo, que me hacía sentir escandalizada, cuando dormía a su hijita, la pequeña Martina, soplándole humo de maría en la cara. Sin mirar mucho se veían garrafas de aceite bajo las enormes tiendas de campaña que parecían chalet, que recibían casi siempre a una gran familia.

Esas garrafas supe después que eran de aceite de hachís.

Las cenas eran reuniones de barbacoa donde se hacían pescado y pulpos que habían llegado a la playa, en las pequeñas barquitas y de vez en cuando butifarras, choricitos y costillas. El ambiente de tolerancia y camaradería, aliñado por numerosas botellas y mucho humo oloroso, fue una experiencia enriquecedora y educativa, me enseñó que no era eso lo que yo buscaba, aún me quedaban muchos pasos y aprendizajes. De modo que cuando ahora algún joven se cree poseedor de la verdad o algún adulto dice: “estos jóvenes… donde se ha visto”. Yo me digo, todo es cíclico, esto ya lo he visto y lo que dice ese adulto ya lo decía mi abuelo de sus nietos y sus amigos.

A ver si con mucho cuidado logramos al menos mantener la tolerancia y los logros sociales logrados con tanto esfuerzo.

Aunque no me fío de la mitad de la cuadrilla.

Que tengáis un feliz verano.

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