Desde mi ventana
Carmen Heras
Lo que aprendes en la familia no se te olvida. Tres máximas aprendí yo en la mía, siempre con símiles agrícolas ya que mis ancestros eran labradores y castellanos viejos:
La primera, que a cualquier arbolito hay que atenderle desde pequeño para que crezca erguido y sano. La segunda, que si tienes una viña debes cultivarla y mantenerla. La tercera, que todos somos eslabones de un mismo engranaje. Si uno se desgaja, se rompe o pierde, el sistema se resiente, pierde fuerza y efectividad.
Recuerdo estas tres humildes lecciones cuando veo el funcionamiento de los partidos políticos y la frivolidad con la que comúnmente son despreciadas. Así les va. En ocasiones las causas del deterioro de una organización no se deben a razones externas, al menos no solo a ellas. Hay todo un funcionamiento interno, unas reglas de juego que se pueden dejar de cumplir por conveniencia o desidia, lo que vuelve obsoleto todo cuánto de bueno tiene un grupo de gentes de muy variada procedencia y preparación.
Los partidos de izquierda han pasado de cribar a sus posibles huestes, antes de aceptarlas, a no tener ningún criterio básico de honorabilidad para hacerlo. Cuando yo llegué al partido socialista, para entrar a formar parte de él necesité del aval de dos compañeros de prestigio con militancia leal probada.
Ahora eso se ha olvidado, quien quiera pertenecer al mismo rellena una ficha en la que escribe sus datos y la cuenta bancaria desde la que abonará la cuota correspondiente, y aunque este documento pasa por una Ejecutiva, que es quien debe dar el visto bueno a la petición, sus miembros dedican escaso tiempo a este objetivo y prácticamente todas las solicitudes de entrada son aprobadas.
Llegan, pues, a la organización, personas muy diversas con intereses, posiblemente legítimos, pero muy variados y, como ya no se les imparte ningún tipo de formación política básica, inherente a los propios objetivos del partido en su razón de ser en la sociedad, por lo general bastante despistadas sobre su papel y sus obligaciones.
Al no encargarles ninguna misión y dejarlo todo al albur y al buen juicio del nuevo militante, al final sus únicos estímulos son las posibles peleas internas por ir en una lista u ocupar un puesto u otro. Y los grupúsculos no tardan en aparecer.
Yo no digo que mostrarse muy exigentes con el recién llegado prime necesariamente la excelencia, pero sin duda ayudaría a buscarla, porque conociendo sus deseos y aspiraciones, es posible encauzarlos de la mejor manera en la estructura para mayor provecho de ésta al rendir cada cuál según conocimientos y experiencia. Una preparación primera, políticamente hablando, sobre las normas internas, la organización y sus órganos, junto con una preparación política en sus fundamentos, ascendencia, e historia y por supuesto su trabajo al día de hoy servirían al nuevo militante para desarrollar cuantos estímulos son necesarios desarrollando una tarea mejor como militante y activista. Hoy, apenas se hace. Y se nota.