Si te viera Schopenhauer /
SERGIO MARTÍNEZ

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Llegó a la habitación. Se desnudó despacio. Tras desnudarse apagó la vela como las normas exigían. En ese momento, surgió una voz profunda y suave del fondo de la habitación. El cliente estaba allí, como siempre, en la oscuridad, nunca lo había visto. Laura cerró los ojos y se dejó llevar. Todo transcurrió con normalidad aunque ella sentía en esa habitación no estaban solos.

Tres horas después había acabado el servicio. El cliente la acercó a la puerta y soltó su mano. Laura cogió el sobre, como siempre, estaba allí. Con la otra mano buscó la vela, buscó y buscó, pero esta vez no la encontró.

-.¡No está la vela!, exclamó a la oscuridad.

En ese momento una mano la cogió con fuerza y la echó de la habitación. El portazo de la puerta retumbó en toda la casa con un sonido hueco. Laura aturdida empezó a llorar. No se veía nada. Cayó al suelo y llorando comenzó a andar de rodillas buscando la escalera. Sabía que había cometido un error. En la casa nadie podía hablar. Todo movimiento debía seguir el plan acordado. Pero nunca, bajo ninguna circunstancia, ninguna palabra.

Logró hallar las escaleras en la oscuridad y al intentar incorporarse notó como unos pasos subían desde la entrada. No tuvo fuerzas para levantarse y siguió andando de rodillas temblorosa y paralizada por el miedo. Los pasos se sentían cada vez más fuertes. Alguien estaba delante. Una silueta se paró delante de ella impidiéndola avanzar.

-. ¿Qué está pasando?, ¡Déjenme ir por favor! Susurró Laura entre sollozos.

Sus palabras sólo encontraron silencio. De repente, la puerta de la habitación se abrió. Otra persona se dirigía a las escaleras. Laura no paraba de rezar y llorar. Tras un segundo rodeada por dos siluetas de hombre, las figuras desaparecieron. Laura intentó seguir bajando las escaleras. Llegó al primer piso y se puso de pie. Bajó todo lo rápido que pudo hasta la puerta. Pero estaba cerrada. Buscó una ventana pero todas estaban cerradas. Palpó las paredes pero no había ningún interruptor.

-. ¡Déjenme salir, no puedo más! Gritó a la oscuridad.

Los pasos se volvieron a escuchar. Bajaron las escaleras hacia ella. La cogieron del suelo y la arrastraron por la casa. Laura no paraba de gritar. Abrieron una puerta y la arrojaron escaleras abajo.

-. ¡En la casa no se puede hablar!, le gritaron y la puerta se cerró tras de ella.

Laura quedó aturdida. Horas más tardes despertó, y sintió que no era la única persona allí. En ese lugar, oscuro y frío como el resto de la casa.

-. ¿Quién hay aquí?, preguntó.

Una mano de mujer le acarició suavemente su pelo con cariño y entre lágrimas que salpicaban su cara le susurró lentamente: “no hables por favor, estamos condenadas a las normas de la casa: la oscuridad, el silencio y el olvido”. Laura rompió a llorar por dentro, en silencio, como las normas dictaban, como la casa exigía.

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