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Reflexiones de un tenor /
Alonso Torres

Sentada en un banco, la espalda contra la pared (por precaución), de El Botón de Nácar (tugurio de la ciudad de Todos Los Santos, capital del Paltrinam), una de las tres mujeres que acabarían siendo acusadas de piratería en el siglo XVIII, Karen Pelocobre, bebe cerveza y ron después de hacerse con el balandro que Yacaré Cáceres le ha procurado esta misma mañana. Piensa que tiene que hacer la selección de la tripulación que con ella irá a surcar el Mar Caribe, y está feliz, contenta, esperanzada ante las nuevas aventuras que en perspectiva se le presentan, y todavía no ha nacido Stevenson (al que ella sin duda habría leído, <<Bajo el inmenso y estrellado cielo, / alegre he vivido y alegre muero; / de vuelta del mar está el marinero>>), pero sentía esta buena señora su alma envejecer en su dorado retiro (castillo incluido y suscripción a la gaceta, La Vida Holgazana), y habíase dicho, sin leer, como digo, a Stevenson, “cuando sientas que en tu alma se instala un noviembre húmedo y frío, es tiempo de partir”, y dicho y hecho, vuelve a tener barco.

Cuando sientas que en tu alma se instala un noviembre húmedo y frío, es tiempo de partir

Ha quedado para formar la tripulación apartada del mundanal ruido, en una colina a la sombra de un laurel sabino, luego, a partir de ahí, se extiende la manigua (el bosque caribe); hay numerosos conocidos y algún desconocido, y también una chica, es espigada y morena, y porta, además de espada y trabuco, un violone (instrumento que será, con el tiempo, el antecesor del contrabajo). “¿Y tú, por qué quieres formar parte de esta empresa?”, le pregunta en tono brusco, aunque no es más que pose, le ha satisfecho su juventud, sus armas y que además sepa tocar música. “Dicen por ahí que con usted se viven aventuras”. “Es dura la vida pirata, niña”. “No soy una niña; también se dice por ahí que quien tiene deudas, lucha bien”. Ríe la pirata, “¿y tú, las tienes?”, “no, pero quiero tenerlas”. “¡¡¡Aceptada!!!”.

El nombre del balandro (embarcación ligera de diseño holandés equipada con dos o tres velas cuadradas -el de la protagonista, dos- antes del mástil, y aparejos de proa a popa), se decidió en cuanto Karen supo el nombre de la segunda mujer a bordo, Lucía. “¿Por qué le pone mi nombre?”, preguntó entre alagada e inquieta. “Porque eres joven, lo tienes todo por vivir, te has echado a la vida pirata, que es la mejor, y porque en noches calmas amenizarás a la tripulación con tu voz y tu instrumento, ese tan grande que has traído; y porque algún día, si la suerte nos es propicia, tú serás la capitana”. “También sé escribir”, apunta la joven, y las dos contemplan un horizonte en el que se ve un bello mar color esmeralda.

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