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Historias de Plutón /
José A. Secas

Me pongo a investigar sobre el tema. Leo frases y citas de famosos y eruditos con el fin de elegir una que sirva de entradilla, abrir boca y hacer un comienzo digerible del espinoso tema que he elegido para la columna del día previo a mi operación de clavícula (¿recuerdan?) pero en el fondo, lo que late en mis entrañas y tiene ansias de reventar son las ganas locas de decir a los cuatro vientos que “Fulanito Caquera Gordo” es un sinvergüenza y un impresentable porque me debe dinero y no me paga. Soy víctima de un engaño, de un fraude, de una mentira.

Qué consuelo más triste, más bajo y menos rentable sería difamarle, ponerle la cara colorá y señalarle como un apestoso porque, al final, haga lo que haga, voy a quedarme sin mi dinero. O no… ¡yo qué sé; es tan frustrante!. Me da lástima gastar energía y generarme mal rollo por el maldito parné pero es que en época de crisis y viviendo y viendo lo que hay, da tanta rabia que te tomen el pelo, que te roben, que te mientan y que encima quedes como un llorón, pesado y protestón por insistir en reclamar lo que es tuyo. Esa cara de tonto que se te queda no se cura solo con justicia pero, es todo tan cansado…

De eso se valen los profesionales del fraude y los que gastan morro o jeta desmedida. Los tipos legales solemos ser unos pobres conformistas y aceptamos lo que nos toca. Si nos toca pagar, pagamos. Estamos impregnados de esa educación rancia pero pura que obliga a asumir, tragar y conformarte con humildad y resignación. Nos ha tocado en el lado de los pringados y, con suerte, tenemos derecho al pataleo pero poco más. Yo lo ejerzo en estas líneas (y puedo aumentar mi cobertura e intensidad) pero, ¿va a servir de algo? Lo dudo.

Vaya tela. Vaya forma de prepararse para una entrada en el hospital. Vaya colaboración literaria de mierda. Qué pena que tengan que leer mis quejas y frustraciones. Anda, si me ven por ahí, invítenme a un café y tírenme de la lengua pero no me permitan que llore que ya me he despachado bien…

Tiene gracia. Estos párrafos anteriores los he recuperado de una columna que pensé en publicar hace mas de un año. Ahora, con la cosa de que me voy al hospital en unas horas, de que estoy descentrado y de que tengo prisa en terminar mi colaboración literaria, decido recuperarla y me acuerdo de aquella situación. El tipo no me pagó pero sigo hablándome con él. El cabreo se esfumó y soy incapaz de sentir rencor. No sé si es indolencia, instinto de supervivencia o mala memoria pero tiendo a desterrar de mi mente los sentimientos que me roban energía. Creo que es una cualidad, sinceramente. En cualquier caso, ¡qué mal tan grande es vivir rodeado de falsos, ladrones y caraduras, ¿verdad?

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