Desde mi ventana
Carmen Heras

Me viene a la mente la anécdota que un día desgranó alguien muy conocido, ante un grupo mínimo de comensales entre los que me encontraba. Como quiera que se estaba ensalzando a un destacado hombre que permanece en la memoria colectiva de España envuelto en la vitola de buen político, la persona que hablaba -y que lo había tratado personalmente- relató algunos aspectos de su compleja personalidad y cómo, antes de ser aquello por lo que se le recuerda, impartía clases para opositores a abogados de estado. La preparación consistía en trabajar técnicas de elocuencia y dialéctica sobre cada uno de los bloques temáticos específicos que constituían el temario general. Un día en que tocara hablar de pintura, nuestro protagonista les hizo una disertación extraordinaria sobre las múltiples razones por las que un importante pintor español era tan bueno en lo suyo. Al terminar, y una vez que los había dejado con la boca literalmente abierta y plenamente convencidos, miró al grupo y les dijo: “Y ahora, si quieren, les argumento sobre el por qué es un mal pintor”. Y se puso a ello.

Juguemos un poco. Si (por ejemplo) ustedes se interesaran por mis preferencias en la canción española, o en cuál es para mí el apellido aristocrático de mayor relieve, no tendría la menor duda contestándoles. En el caso primero, por la cantidad de matices de una voz contemporánea extraordinariamente sugestiva, y en el segundo, por el gran número de obras de arte que atesora la estirpe. Y si ustedes, amigos, me preguntaran por algunas de las innovaciones inmediatas a introducir en el currículum escolar de los jóvenes, caso de ser la máxima responsable de Educación de un país, tampoco titubearía al priorizar sobre otros contenidos la exigencia de aprender a debatir. Con los “otros”. Con cualquier otro. Para no creer a los sofistas y saber contrarrestar sus argumentos, llenos de sectarismo.

Porque muchas prácticas llevadas a cabo por algunos políticos son (por decirlo suave) profundamente rechazables, dedicadas solo a zaherir al “enemigo”. Posiblemente eficaces para los intereses crematísticos de los medios cuando éstos hunden sus manos en las vísceras del sistema, pero hacedoras, en el ciudadano de a pie, de un hartazgo cada vez más creciente, ante la nula capacidad de todos para ponerse de acuerdo en nada.

Y es que la política, tal como hoy es comúnmente entendida, se relaciona más con la percepción que tenemos de unos hechos que con la propia veracidad de los mismos. Por eso se incide sobre las emociones que puedan producir los argumentos, antes que con la racionalidad de los mismos. De ahí la importancia del relato. El cual puede terminar siendo una gran falacia. Sofisma puro.

Conviene comenzar por la raíz, saber que la elaboración de un pensamiento es más completa si se debe exponer en voz alta con ciertas garantías de que quien escucha entiende lo qué dices. Sin duda conviene a este mundo nuestro enseñar a nuestros niños y jóvenes a construir pensamientos autónomos. Que discriminen cualquier asunto sin falsos argumentos de manual. Que entiendan, sin padecer abducciones compulsivas.

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