Desde mi ventana
Carmen Heras

Quizá todo sea una cuestión (como dice Manuel Vincent) de recordar las viejas reglas de conducta que antaño se llamaron de urbanidad. La otra tarde, en uno de los autobuses de línea de Cáceres un ciudadano se durmió. Según explicara después, había pasado muy mala noche y había estado toda la mañana trabajando. Eso y el traqueteo del vehículo debió adormecerle. Dormía con la boca abierta y roncaba. Según me contó alguien presente, unos chavalejos, de pie en el pasillo, comenzaron a hacer burla de él y a grabarlo con sus móviles. Cuando fueron reprendidos por otros pasajeros contestaron insolentes que aquello era espacio publico y tenían libertad para hacerlo.

Confieso que la palabra villano se ha actualizado en mi vocabulario por obra y gracia de mi nietillo de cuatro años, que viendo como ve “caricaturas” (peliculas o series de dibujos animados) cita el término con total naturalidad y entiende perfectamente lo que significa.

El otro día revisé (cosas de jubilados) el nombre, a la luz de lo dictado por la RAE. Según ésta, un villano es alguien particularmente ruin, indigno o indecoroso. Los villanos son personajes de ficción que ejercen la maldad deliberadamente y existen para enfrentarse al héroe (si lo hubiera). Lo acosan por doquier, aunque al final son vencidos por la virtud del “bueno”, dados sus reflejos y su fuerza. Ejemplos hay miles y no merece la pena referirse a ellos uno por uno, pues están en la mente de todos. Protagonizan las tramas clásicas (y no tan clásicas) que conocemos desde los tiempos escolares y son usados en ellas como recurso dramático para explicar la diferencia entre el bien y el mal, lo correcto e incorrecto de las actuaciones y conductas humanas.

De lo que no estoy tan segura es de que los villanos solo estén en la ficción pues a menudo te los encuentras por la calle, aunque la calle también tenga en ocasiones síntomas de irrealidad manifiesta. Me refiero por calle a este patio de vecinos en el que a menudo nos movemos por obra y arte de nosotros mismos y nuestras aspiraciones (naturales o imaginadas).

Oigo decir a Penélope Cruz que nunca lee lo que dicen (bueno o malo de ella) para mantener el tino y el equilibrio mental y sin duda, le alabo el gusto. Las redes sociales son demasiadas veces hervidero de instintos básicos, caprichos detallados, ruido ensordecedor y frases contundentes afiladas sin demasiada reflexión, donde predomina mayormente todo cuanto nos enseñaron a despreciar. Los juicios apresurados, los exabruptos, las malas conclusiones, la indigencia mental…abruman a cualquier espectador inocente que se asoma a las mismas buscando informarse. Desconozco a donde nos lleva esa prisa loca que a todos nos ha entrado por participar en la feria de las vanidades en la que nuestro mundo se ha convertido, donde el “villanismo” tiene tan amplio espectro, aunque (y eso es una verdadera desgracia) sin verdaderos héroes que lo controlen y lo aplaquen, haciéndolo desaparecer.

Porque si a los villanos solamente los detienen los héroes, la tremenda paradoja de nuestro tiempo es que la mayoría de nuestras costumbres actuales no valoran la tarea de los segundos. Incluso me atrevo a decir que estos últimos hace tiempo que desaparecieron. Y en los enfrentamientos sociales de todo tipo solo vemos villanos contra villanos.

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