Desde mi ventana
Carmen Heras

Todos cuantos no se atreven a reclamar nada en su vida particular y diaria, saltan a las redes y se convierten en jueces plenipotenciarios de la vida de los otros. Cuídense los indefensos, los tristes, y los malditos en colocarse en el foco de la opinión pública, cuando su asunto esté de actualidad. Pues serán acribillados sin compasión.

¡Hay que ver lo qué ha cambiado el mundo! Y las nuevas tecnologías tienen una gran importancia al respecto. En la manera de vivir y de entender, descifrándolo, el entorno más o menos amplio que nos rodea. También en la forma de relacionarnos. Los unos con los otros. Y si no miren ustedes Tinder, esa aplicación de citas en línea y redes geosociales, lanzada en el 2012. Explicado cómo funciona, por uno de sus usuarios, sirve para tener contactos rápidos sin necesidad de salir a la calle, sin cortejos ni preámbulos. Que estás solo en casa y te apetece darte un garbeo, y lo que surja, pues te pones en contacto con otras gentes usando la aplicación. Y ya.

A mí me sorprendió un tanto la filosofía pragmática del asunto. Con lo bonitos que son, en cualquier relación interesante, los primeros pasos de acercamiento y conquista, (perdón por la última palabra que para algunos pueden sonar a machismo en tiempos de empoderamiento súper desarrollado)…pues bien, ahora parece que Tinder vive sus horas bajas, ya que los jóvenes añoran relaciones de amor con poesía y detalles, bien alejados de la escasez de ellos que se barrunta en la utilización de una mera tecnología.

Hubo un tiempo en el que un grupo de amigos jugamos a conocer las características de los diferentes temperamentos (sanguíneo, colérico, melancólico, flemático) para saber en cuál de ellos se afincaban la mayoría de las nuestras. Desmenuzados uno por uno, alguien llegó a decir que el último (el llamado flemático) era el más aburrido. Es ese que gozan, o sufren, los individuos calmados, impasibles, equilibrados. Muy racionales. Esas personas que (aparentemente) no exteriorizan la pura emoción, ni gritan o enardecen con facilidad, no se enfadan o alegran en demasía. Claro está que su mayor riesgo es un cierto sopor vital. Y la introspección.

Cuando ahora lo pienso, añoro que no sea el flemático el temperamento preponderante entre las personas que usan las redes y navegan en el apartado de la política. Porque no hay nada tan desagradable como esa necesidad que algunos tienen de enfadarse con los enemigos de sus políticos de referencia, aunque a ellos no les hayan hecho nada. Esa afición de ajustarse siempre a los patrones establecidos por el gran grupo del que (creen) forman parte. Ese defender asuntos sin filtro alguno, por el temor intuitivo de que no hacerlo puede serles echado en cara en un futuro próximo por no estar en la parte correcta de la historia y los derechos. Ejemplos hay a montones, quizá el más notorio es el de la violencia de género.

Pola Oloixarac ha escrito un libro inteligente sobre este asunto. Sin necesidad de hacer juicios de valor, solo con la narración pausada de unos hechos, lo contado es para reflexionar. A aquellos que han hecho de la polarización constante su estilo de vida no ha de gustarles. Pero a los sensatos, sí. No está muy lejos el día en que los paradigmas hoy en boga, sobre la mujer víctima, y su empoderamiento falso a partir de ello, cambien totalmente y dejemos de lanzarnos unos a otros acusaciones de forma tan indiscriminada. Todos los que creemos en la verdadera igualdad empezamos a estar un tanto hartos.

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