Agricultura Extremeña
Campo de un agricultor extremeño - Avuelapluma

Desde mi ventana
Carmen Heras

Si a mi me preguntaran sobre cómo debe hacerse la protesta del tren, contestaría que no utilizándolo en una temporada, no comprando billetes. Nadie. Para que Renfe no cobrase nada de los hipotéticos usuarios de aquí, durante algún tiempo. Pero NADA. Ya que tanto dilata, mide o alarga, el hacer inversiones por falta de rendimiento en la “venta del producto”. En plan montaraz.

Me gusta mucho la palabra montaraz. Me viene quizá de la lectura de la poesía de Gabriel y Galán, aquel maestro transmutado en terrateniente, en razón de su matrimonio, y que utilizó su saber para hablar del campo y de las cosas rurales. Con casticismo, eso sí, que a muchos gustaba y aún gusta. Murió joven. Lamentablemente.

En casa estaban sus Obras Completas y yo aprendí casi, casi, a leer con ellas, memorizando poesías que recitaba en las celebraciones familiares para mayor orgullo de mi padre. Creo que fueron mis primeras intervenciones orales ante un público benevolente, pero público al fin y al cabo. Me daba mucha vergüenza, pero insistía. Ya desde entonces. Aún me recuerdo subida en una mesa, recitando algunos poemas, cuyos versos permanecen en mi memoria.

Aún me recuerdo subida en una mesa, recitando algunos poemas, cuyos versos permanecen en mi memoria

No conozco a nadie del campo que sea débil. De verdad del campo. Ni en Castilla, ni en Extremadura. No me refiero a los aficionados ni a los advenedizos, sino a esas gentes que están unidas a la tierra con el corazón, desde tiempos anteriores a ellos mismos.

Procedo de una familia de labradores, por vía paterna y materna. Cuando mis padres recibieron la tierra, herencia de sus ancestros, mi progenitor decidió que había que cultivarla, que así como un reloj no tiene sentido si está parado, tampoco aquella vale nada si está improductiva.

– ¿No te duele, de verdad que no te duele, ver la tierra de tus mayores, baldía, sin producir?”- le oí interpelar a mi madre, ante las prevenciones de ella frente a una decisión que consideraba costosa, romántica y poco rentable en lo económico.

Son montaraces aquellos que viven o se han criado en el monte (dice uno de sus significados). La gente llana y recia, esa que tanto abunda en los pueblos castellanos o extremeños. La que habla directa. La que tiene claras algunas cuestiones fundamentales. Viendo los dimes y diretes diarios ante cualquier cuestión que nos afecta, en lo fácil y en lo difícil, yo me pregunto (a veces) qué habría hecho este o aquel, en similares circunstancias. Así, sin postureos y sin maquillaje.

Y me respondo que habrían llamado al pan, pan y al vino, vino. Que habrían exigido a quien hubiera que exigir, pero sin bajar los brazos. Manteniendo un sano escepticismo frente a promesas y murmullos. Recios y fuertes. Como expertos montaraces.

 

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