Cuando la gangrena afecta a un miembro se adopta la decisión de prescindir de él y amputarlo. Así tal como si en nuestro cesto notáramos una manzana putrefacta entre el conjunto de frutos exquisitos. Prescindiríamos de ella en favor de las que permanecen inmaculadas. ¿Pero qué ocurriría si la negrura hubiera tomado el cuerpo por completo o si en lugar de una pieza, los gusanos hubieran infectado toda la recolecta? No habría solución que salvase, sino que renovase. Cuando un elemento empaña la actuación del resto, se elimina o se sustituye por otra pieza, no hay mayor problema; pero cuando lo que no funciona es todo el conjunto las medidas son inevitablemente diferentes.

Con mayor o menor precisión expresiva, esto viene ocurriendo en este país con la corrupción y la percepción que los españoles tienen de ella. Sería reduccionista culpar a los políticos de los desmanes financieros que se vienen produciendo. La corrupción está instaurada en todos los ámbitos, aunque bien es cierto que son los regidores públicos y los que obtienen su remuneración de nuestros impuestos los primeros que deben de exhibir un comportamiento intachable con el rendimiento del esfuerzo ajeno. Es triste pero muy cotidiano. La política ha perdido la conexión que un día tuvo con el ciudadano. Casos como el de Luis Bárcenas, extesorero del Partido Popular, destapando una trama de dinero negro y sobres en ‘B’ (qué famosa estamos haciendo a la segunda del abecedario) en todas las delegaciones regionales y provinciales pone de manifiesto que la práctica, además de extendida, estaba totalmente asumida. ¿Pero quién puede blandir el argumento libre de pecado? Los socialistas tienen también su particular ‘Caballo de Troya’ con el caso de los ERE fraudulentos en la Junta de Andalucía, por no hablar de los sindicatos que predican justo lo contrario. La corrupción se ha extendido, o quizás existiese siempre y ahora se ha destapado.

En estos momentos de injusticias sociales, en estos tiempos en los que asistimos a la creación de una España de dos velocidades, es extremadamente insultante que el latrocinio público se perciba como una suerte de mal menor del sistema democrático. Una señora, se llame o no Magdalena Álvarez, no puede ganar al mes lo mismo que el presidente de Estados Unidos: casi 23.000 euros por su cargo en el BEI (Banco Europeo de Inversiones)… ¿por hacer qué? Tampoco es de recibo que el director general de la sociedad pública RED.ES gane más que el presidente Rajoy. Son cifras, solo números, dirán ustedes… también es un tipo de corrupción, la que provoca desigualdades, la que condena no solo a los casi seis millones de parados, sino a los mileuristas que tienen cada vez menos aunque trabajen cada vez más. Para que alguien se lleve a su casa una nómina henchida de ceros por no hacer nada, otra persona en la otra esquina del país debe compensar esa pusilanimidad productiva. Eso también es corrupción.

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