Desde mi ventana
Carmen Heras

En esta época de tanto protagonismo del “buen relato” en cualquier “sucedido”, y tal como yo lo veo, lo primero de muchas estrategias es “fijar” el objetivo a “vender” y luego buscar los “argumentos” que lo consigan. De ahí lo “descarriado” (a veces) de estos últimos. Solo cuando termina esa primera parte se pasa a la segunda: unos tertulianos propicios con roles prefijados a favor y en contra. Para que haya “debate”.

Las consecuencias son varias: la primera, que permite conocer (por vía interpuesta) las argumentaciones de una opción política (las de aquella a la que “defiende” el medio) y sus propósitos verdaderos; la segunda, una plena polarización de la población en etiquetas de todo tipo, no solo entre “izquierdas” y “derechas”, “progresistas o “carcas” (términos inexactos cuando se ve a quienes se adjudican hoy); la tercera, el distanciamiento de los individuos sensatos o indiferentes frente a todas las discusiones (las baladíes, pero incluso las importantes); la cuarta, un futuro electoral incierto dado que, en la vida, el péndulo de los pareceres siempre se balancea, pero nunca se queda en uno de los extremos, volviendo a su posición central de equilibrio (por mucho que algunos ansíen lo contrario).

Discúlpenme si les parezco petulante, pero en las Ciencias Físicas (esas que explican el funcionamiento del mundo) están muy claras las cuatro leyes del péndulo: la de la independencia de la masa (el periodo del péndulo es independiente de la masa que se cuelgue de la cuerda); la del isocronismo (el periodo de oscilación de un péndulo no depende de su amplitud); la de las longitudes (el periodo de oscilación de un péndulo es proporcional a la longitud de su cuerda); la de las aceleraciones de las gravedades (la aceleración de la gravedad es inversamente proporcional al periodo de oscilación del péndulo). Es fácil hacer analogías para el momento social en el que vivimos. Sin orejeras.

Para mí resulta bastante improbable que el mandato de una minoría pueda mantenerse durante mucho tiempo sobre el de la mayoría, porque contraviene el equilibrio al que siempre tienden las cosas. Por mucho que algunos pretendan convencernos, es difícil creer que hoy la llamada “España periférica” se imponga tiempo y tiempo a la “España centralizada” (y no estoy hablando precisamente de lugares físicos). De admitir lo que algunos comentaristas defienden, en aras de la pretendida pluralidad, la primera debe alzarse sobre la segunda como si fuera imposible un lugar de encuentro entre ambas, sin necesidad de que la otrora desaparecida venga a alzarse ahora con todo el diezmo y la limosna (dicho en lenguaje refranero, que suele ser una forma de decir las cosas bastante acertada).

Porque a mi y a otros muchos nos preocupa la reacción larvada que puede estarse gestando. Esa que, de repente, un día se manifiesta sin antifaz. De tanto pensar en las diferencias se nos están olvidando las similitudes. Es como si un maestro en una clase con 22 niños, cuatro con capacidades especiales, dedicase todo su trabajo a programar y ejecutar las actuaciones de estos últimos dejando a los otros a su suerte. Un sin sentido total y que sin duda un buen día podría producir una fuerte reacción.

La juventud debiera escuchar a sus mayores. Ellos ya vivieron situaciones similares que no acabaron bien.

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