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Cánovers /
CONRADO GÓMEZ

La noche había sido muy larga. No eran los resultados que esperaba, pero podía formar gobierno si se movía bien. Esos pactos que tanto detestaba podían procurarle una legislatura al frente del cortijo. Cambiarse el nombre había sido todo un acierto. No podía ser presidente llamándose “Paco Martínez”. Se había rebautizado como “Cándido Amado”. Mucho mejor. Más cercano. Más humano. Con esta nueva marca personal habían organizado toda una campaña alrededor de su persona. Con los fondos de aportaciones privadas habían reunido la cantidad de ceros suficiente para contratar una consultora política de Madrid, célebre por transformar pusilánimes en líderes de opinión. Y ahí estaba él un par de años más tarde. Un joven sin oficio ni beneficio de Cachorrilla del Monte, a punto de formar gobierno con los nazis animalistas, una formación nacionalista que apostaba por expulsar a los inmigrantes del país, pero no a sus mascotas. Todo muy extraño, puro espectáculo. Así era la nueva política. De propaganda y de propuestas esperpénticas. Había llegado un punto en el que el electorado desconfiaba de sus candidatos y se tomaba a broma el programa electoral, por lo que todos convinieron en que lo más sensato era convertirlo en un circo. Básicamente lo que venía siendo, pero sin maquillaje. Surgieron partidos de todo tipo: el de los perritos calientes, que proponía una dieta mediterránea exclusivamente a base de salchichas; los abolicionistas de la educación obligatoria, que confiaban en Pachamama como única autoridad fiable; los teístas, que no creían en Dios, sino en el té… Y así se fueron configurando listas absurdas con cómicos, actores y buscavidas. La participación fue bajando. En el 2025 solo había votado el 5% de las personas llamadas a puntuar a través del móvil. Y se podía votar cada 24 horas como en los concursos de televisión. Ya no ganaba el más preparado, sino el más popular.

Se atusó el pelo, pero se descolocó la peluca. Era calvo. Su agencia le recomendó tirar de postizo porque la carencia de vello dejaba en evidencia su falta de poder adquisitivo. Lo habían convertido en una ‘celebrity’. No quedaba nada de ese muchacho inocente de pueblo que jugaba con sus amigos al parchís. Soñó con hacer algo importante, pero nunca imaginó que ese cazatalentos lo reclutaría para formar parte de “AMA”, el Partido del Amor. Realmente las siglas significaban “Amigo de mis Amigos”, pero la gente lo rebautizó así. Su campaña “un voto, un amigo” había sido todo un éxito cosechando el mayor número de puntos del distrito. Era un crack y su agencia era muy cara. Juntos habían conseguido lo imposible. Mañana llamaría a los nazis. Les ofrecería refundar una nueva coalición: “El partido que ama a los nazis que aman a los animales”. Era posible. En esta política todo era posible.

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