Las crónicas de Cora
Cora Ibáñez

En un intento de retornar a la normalidad, vuelvo a encontrarme frente a una colección de obras que el artista Julián González de la Montaña expone en «Las paredes del Gran Café».

Contemplo unos pocos elementos fusionados entre sí, el azul como base, que utiliza de amalgama para unir la tintura negra y la dota de una luminosidad que el blanco solo no alcanza.

Lucen los trazos finos entre las piedras urbanas y va superponiendo esa limpieza de carácter en sus láminas.

Fijo la vista en un pequeño espacio y me relaja esa mirada sucinta.

El amago de regresar sobre mis pasos me insta a observar de nuevo el camino empedrado que sujeta la visión del artista y me canta las alabanzas de la ciudad dormida.

Vuelve el azul a su cielo y rellena la posibilidad de navegar entre las nubes buscando la música serena que serpentea entre las torres, ondeando la brisa al compás de la tinta negra.

Encuentro la etapa del dibujo creativo y transito sus renglones mientras descubro esquinas escondidas de leyendas sueltas.

Cada expresión aboca a pensar en la destreza de la pluma de su creador y en la rapidez de esos rasgos al viento.

Regreso al cobalto y mezclo el agua con su pigmento para cubrir la parte del papel que se impone al resto de las líneas rectas que lo cubren y me invitan a vivirlo de cerca cuando traspaso el silencio de sus callejuelas.

Cáceres y sus sombras de tinta, nunca fueron tan azul.

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