Historias de Plutón
José A. Secas

La vida, ese viaje lleno de piruetas, norias y vaivenes donde las amistades (por ejemplo) son como los modales en una mesa de una cena de compromiso y ringorrango: algunos los tienen, otros los fingen, muchos simplemente los olvidaron en su casa y unos cuantos no saben de qué estamos hablando. Desde los días en que intercambiábamos cromos en el patio del cole hasta las noches de farra en la universidad, las amistades han propiciado sensaciones de montaña rusa emocional que a veces nos han dejado más mareados que un pastor de cabras veratas en un crucero una noche de tormenta.

Pero, ¿qué pasa cuando nos adentramos —amistosamente hablando— en el proceloso y desconocido territorio de la edad adulta? Ah, ese lugar donde las amistades son tan frágiles como el baño de chocolate de un bombón helado, tan fugaces como un meteoro y tan complicadas como una novela auto editada con ínfulas de best seller. Aquí es donde descubrimos que la verdadera amistad es como un unicornio: algunos dicen que existe, pero pocos pueden demostrarlo.

¿Amigos de la niñez y la juventud? ¡Claro, claro! Esos mismos amigos que alguna vez compartieron tus bocatas en el recreo y tus secretos y sueños adolescentes y tus primeras intoxicaciones de juventud ahora están dispersos por el mundo como piezas de un rompecabezas que perdiste bajo el sofá o envueltos en sus vidas de diario, rutinarias y rellenas de cuñados y otras familias políticas y apolíticas. Y luego están los amigos de adulto, esos compañeros de copas y/o hobbies, colegas de trabajo, camaradas de carnet de tribu o de piara, allegados varios de encuentros en saraos y locales de farra; esos “amigos” tan leales como un político en vísperas de elecciones (o después, nunca se sabe).

Pero, ¡alto ahí! No vayas a pensar que todas las amistades en la edad adulta son una farsa. No, algunas son reales como los impuestos y tan duraderas como un chicle bajo la mesa del bar. Aunque claro, siempre hay que estar psicológicamente preparado para que se te crucen o se te suban a la chepa esos amiguetes tóxicos, manipuladores, egoístas y egocéntricos (entre otros) que te hacen preguntarte por el destino, la predestinación, la (mala) suerte y tontunas pseudofilosóficas de tres al cuarto (¡pero ¿por qué a mi?!).

¿Cómo lidiar con estos personajes? ¡Ah, la eterna pregunta! Algunos dirían que con una sonrisa en los labios y un cuchillo (oculto) en la espalda, pero preferimos optar por la diplomacia y el buenrrollismo. No estamos para sufrir. La verdadera libertad está en saber cuando decir adiós y cuando soltar lastre, como en un viaje en globo aerostático y cayendo a pique mientras sufres porque tienes que deshacerte de tu gorda e inútil maleta de fin de semana (por ejemplo).

Por otro lado, no importa lo que piensen los demás de ti (lo digo por los ex-amigos ignorados que pasen a mejor vida). Porque al final del día o de la existencia, la única opinión que realmente importa es la tuya propia. “Ande yo caliente y ríase la gente”. Así que sigue adelante, pasa de los que sobran, haz nuevas amistades, mantén a los viejos amigos de verdad cerca de ti y deja que la vida te sorprenda con sus giros y vueltas.

¡Brindo por las amistades, ya sean verdaderas, falsas circunstanciales, sobrevenidas o simplemente fruto del azar! Y recuerda, en este mundo loco y caótico, la única regla que realmente importa es la siguiente: mantén a tus amigos cerca, pero a tus enemigos aún más cerca. Por si acaso.

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