Con ánimo de discrepar
Víctor Casco

Cuenta Víctor Chamorro en su “Pequeña historia de Extremadura” que, durante la visita de un jefe del gobierno a la ciudad de Cáceres a principios del siglo XIX, quisieron las autoridades municipales ofrecerle un recibimiento como jamás se había visto: calles decoradas y arcos de flores, niños cantando, hombres y mujeres aplaudiendo durante horas y siguiendo el cortejo… La capacidad de servilismo de ciertas instituciones hacia el poder puede llegar a ser alarmante.

Claro que, pecaron en exceso: pusieron a un alma cándida delante del coche presidencial para que fuera anunciando “¡Aquí viene el señor Presidente!” con tan mala suerte que el hombre, confundido por tanta algarabía y olvidando la frase que tenía que repetir, tiró de memoria y recurrió a la otra expresión más habitual en sus quehaceres y que empleaba cuando se encargaba de espantar las presas en las fincas de los señoritos para que éstos pudieran cazarlas: “¡ahí va el conejo! ¡ahí va el conejo!”, empezó a gritar, sin que nadie pudiera impedirlo.

Hace varios años la prensa española reconocía su gran error al hacer de la figura de Juan Carlos I un jefe del gobierno incuestionable

He estado pensando en esta anécdota en estos días, leídos y vistos tantos reportajes sobre el 50 cumpleaños del Rey Felipe VI. Las televisiones nos han obsequiado con empalagosas imágenes de su “sencilla vida familiar”, como si todas las familias españolas estuvieran acostumbradas a cenar en salones y con servicio de lujo; los editoriales han realizado auténticas hagiografías del monarca y los reportajes en prensa nos han presentado poco menos que a un héroe a medio camino entre Aquiles el astuto y los X Men. SuperFelipe el Sexto.

Es curioso. Hace varios años la prensa española reconocía su gran error al hacer de la figura de Juan Carlos I un jefe del gobierno incuestionable, tapando sus miserias y deificándolo en vida. Cuando sus corruptelas, su escandalosa vida privada y sus afanes poco ejemplares empezaron a difundirse entre los españoles, después de décadas haciéndolo en las portadas mediáticas del extranjero, cuando la monarquía estaba definitivamente desacredita y no quedó más remedio que jubilarlo, los periodistas se dieron golpes de pecho lamentando profundamente su silencio, su complicidad y su peloteo excesivo e irresponsable. Es curioso porque con Felipe VI vuelven a recurrir a lo mismo. La misma complicidad, el mismo peloteo, la misma renuncia al pensamiento crítico e independiente a la hora de hablar del Jefe del Estado. Es posible que lo lamentemos en unos años.

Mientras tanto, en el cumpleaños de Felipe VI y la entrega del Toisón de Oro a su hija de doce años, las grandes cabeceras mediáticas del país han gritado a todos los vientos “¡ahí va el conejo!”

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