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Desde mi ventana /
CARMEN HERAS

Hemos educado a nuestros hijos conforme hemos podido. Creído y podido. Pero resultó que para cuándo estábamos dándoles pautas, acordes con nuestro modo de ver el mundo, este ya había cambiado en bastantes cosas. Y muchos de sus usos y costumbres, también.

Para cuándo ellos entendieron de nuestra preocupación y el por qué de nuestros consejos y comentarios, todo había dado la vuelta y algunas cuestiones y preceptos ya no les resultaron tan útiles.

Porque sucedió que muchos de nosotros hemos sido pioneros en algunas experiencias particulares. Los primeros universitarios, de entre nuestra gente. No gracias al Estado, todo hay que decirlo (alguna vez hablaré de esto ) sino a nuestra familia cercana, que acertó a comprender nuestras posibilidades y nuestra terquedad en defenderlas. Incluso en casos de discusión bienintencionada entre quienes nos animaban a buscar nuevos horizontes y quienes creían que no debía salirse de casa, pues la vida tenía peligros en la lejanía de unos noventa o cien kilómetros. «No dejes marchar a la niña, Manolo», le decían a mi padre.

Lo hicimos y crecimos a la par del país y a la vera de las vicisitudes que ocurrían en él. Nos empleamos. Nos incorporamos a los movimientos sociales, fuimos parte del entramado de quienes cotidianamente colaboraban en las cuestiones públicas, adquirimos una cierta madurez. Así que cuando tuvimos hijos, discurrimos (quizá de forma equivocada) que estábamos suficientemente preparados para darles todas las respuestas a sus preguntas. No ha sido así.

Para cuando nuestros alevines llegaron, algo había empezado a cambiar, imperceptiblemente al principio, de forma mucho más clara después: los esquemas explicativos, las circunstancias sociales, económicas y laborales… Así que de nuevo (obligados todos) en situación de aprendizaje, a observar y experimentar con el mejor del conocimiento y de las habilidades. Con la mente abierta. Sin desfallecer. Para no quedar atrás. Porque, oh paradoja, resulta que el mundo es muy grande y sin embargo está a la vuelta de la esquina. En la pantalla de un ordenador, o en la de las televisiones, en los aeropuertos internacionales…Todos los hombres y mujeres con el mismo tipo de pantalón vaquero. Pero todos.

Mientras termino el artículo escucho a Monago desgranar su sarta de promesas para el 2015…

Así que aquello que «vendieron» nuestros políticos acerca del valor de cada pueblo y de la importancia de que los chicos encuentren oportunidades en sus lugares de origen, ha quedado atrás. Para bien o para mal, así es. «Les dijimos que aprendieran inglés para entenderse universalmente y ahora no podemos sujetarlos alrededor de nuestra mesa camilla» (en palabras de una compañera). Nuestros «cachorros» son ciudadanos del mundo. Y ya está. Más vale que lo asimilemos.

Y que lo asimilemos rápido. Aquella señora de cara triste que se me acercó hace unos años para decirme que su hijo con una carrera universitaria no encontraba trabajo en su pueblo, ya no encuentra eco en el mundo real de hoy.

«¿Pero que ha hecho tu hijo?.- recuerdo haberle preguntado

«Ingeniero Aeronáutico» .- me contestó

«Mujer, no creerías nunca que iba a poder emplearse aquí, no? .- no pude menos de decirle… (La localidad no llega a los cien habitantes).

Mientras termino el artículo escucho a Monago desgranar su sarta de promesas para el 2015… Me temo que aún tiene los chicos pequeños…y por eso cree que todo esto que dice le rentará electoralmente…

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