Desde mi ventana
Carmen Heras
Es un buen estímulo colocarte ante la página en blanco, ávida por escribir, pensando en el próximo artículo. Hay quienes creemos que al transformar los pensamientos en palabras los alígeras y al tiempo, los guardas de desvanecerse para siempre.
¿Pero de qué escribir que no resulte “un ladrillo” en esta cultura nuestra del Twitter y sus catorce caracteres? Los profesores hace tiempo que batallan con ello. En el cómo interesar al alumno para que su mente no se vaya por “los cerros de Úbeda” en cuanto el texto y la explicación se alargue un poco sobre sus expectativas. A veces no se puede.
Leo por ahí un dicho de Jorge Ángel Livraga: “Hay una misteriosa relación entre lo difícil y lo válido “ y creo en su autenticidad. ¿Por qué entonces nos empeñamos en ser triviales a todas horas? Huyendo de lo complejo cuando lo es, de lo descarnado si ello es evidente, de la verosimilitud de unos hechos acaecidos sin marcha atrás?.
El ser humano es bastante vago, por naturaleza. Que inventen otros (nos parece un buen lema). Esas falsas doctrinas que pululan en cualquier podcast te lo enseñan. “Procura lo primero tu bienestar”. “Sé siempre tú mismo actuando”. “Reconcíliate contigo y no te critiques”. “Tienes todos los derechos del mundo por haber nacido”. “Tu cuerpo y tu espíritu son extraordinarios y únicos, enséñalos, muéstralos sin vergüenza”… y otras exageraciones por el estilo, permiten a las mentes frágiles o inmaduras atreverse a presentar, sin dudarlo, una clara exposición de errores, fallos o planteamientos incompletos que en otro tiempo nadie hubiera osado proclamar como si de virtudes intrínsecas se tratara. Son propias de lo humano, pero no debiéramos convertirlas en excelencias.
Por el movimiento extremado del péndulo invisible en cada vida, ese que señala inclinaciones y certezas, esta sociedad nuestra se ha pasado del extremo en el que nada podía “ser” si antes no estaba controlado, según los ritos y costumbres del momento, al lado opuesto en el que se reivindica el “mostrar” cada asunto (incluso los más anodinos) sin filtro alguno, como si hubieran sido actualmente creados y donde ni siquiera el sentido de la estética consigue un equilibrio mínimo en las proporciones.
Creemos, por ejemplo, en los cuerpos perfectos e imposibles que lucen modelos y estrellas de cine, planificando operaciones que transforman rostros, pechos y glúteos al por mayor, pero luego (a modo de reivindicación) compramos la otra cara de la moneda y hacemos reverencias a figuras obesas y sus celulitis ofrecidas por la publicidad en una imagen almibarada de las mismas y el mensaje sobreactuado de aun siendo así, su éxito es máximo pues brillan en sociedad y consiguen llevarse al soltero más prestigioso (véase el caso de los últimos capítulos de la serie ‘Los Bridgerton’ en una vuelta de manivela hacia los viejos principios patriarcales referidos a la mujer y su lugar en el mundo. Un poco salseados y ya.
Creo firmemente que la tribu educa, tanto más si es inteligente. Cuando lees la historia de las civilizaciones ves que existen en ellas momentos de un apogeo extraordinario porque la inteligencia y la creatividad atraen a otras múltiples inteligencias y capacidades y unas con otras se retroalimentan. Por el contrario la mezquindad y lo mediocre abduce solo a lo mezquino, lo escorado y lo torpe. Esto es así. Y nuestra época actual sabe mucho de esto último. Lamentablemente.