Historias de Plutón
José A. Secas
Una primera emoción de profunda tristeza te recuerda que has sufrido una pérdida -otra más en poco tiempo- dolorosa y que, de verdad, lo sientes. No ha cabido la sorpresa porque ya lo veías venir y estabas esperando lo peor que, por doloroso, siempre llega en mal momento; demasiado pronto. El sentimiento de pérdida lo vas asumiendo como natural y lo maquillas aferrándote a los buenos y grandes recuerdos generados después de una larga vida compartida. Haces repaso, vuelves la mirada muy atrás y te descubres disfrutando momentos únicos desde hace muchos, muchos años. Siempre te acuerdas de los más felices y anecdóticos, pero también de los malos tragos y de amarguras vividas. Así es la cruda existencia. Lo aceptas, y tratas de manejar la ausencia definitiva con paz interior, amor y naturalidad. La muerte es parte de la vida.
Siempre será dolorosa la pérdida de un ser querido y, siempre, los más allegados llorarán su partida con sinceridad y profunda afectación. Cuando el difunto (o la difunta) es un personaje público, la cosa cambia mucho. El reconocimiento, la admiración, la relevancia social y la fama ejerce un efecto multiplicador en las expresiones de dolor. Los lamentos, los llantos, los golpes de pecho, los litros de lágrimas, la ropa negra y las gafas de sol gritan desproporcionadamente y, muchas veces, responden a sentimientos y emociones contagiosas y que solo se manifiestan de cara al público, de cara a otros conocidos y fans, muy alejados del verdadero dolor que experimentan los familiares y los amigos íntimos y allegados; esos que solo se cuentan con los dedos de una mano.
Siento una especie de repulsión ante la manifestación exagerada y exhibicionista de amistades dolidas por una pérdida. Siento rechazo por las alabanzas y loas hacia un muerto que solo lo habían tratado superficialmente y siempre condicionados por su carácter de personaje público. Entiendo que muchos amigos de famosos tratan de acaparar fama por ósmosis cuando el personaje -amigo del alma- muere. Esas actitudes afectadas, esas palabras elogiosas de más, esos desgarros del corazón, van cargados de vanidad, de frivolidad, de egocentrismo y de ficción. Solo el muerto sabía quienes eran cada cual, pero no levantará la cabeza para asombrarse, para reírse o para señalar a los mentirosos que acuden a su entierro. No, no lo hará.
Lo malo de todo esto es que, entre tanto embustero, también están los verdaderos amigos que se expresan con dolor sincero. De cara a la galería caben las confusiones y los equívocos. Muchos amigos de verdad conocían al finado intensa y realmente, pero en ámbitos de la vida separados y no tenían por qué saber el uno del otro. No me atrevo a criticar y juzgar el dolor ajeno porque yo también estoy dolido. No quiero aventurarme a establecer categorías y rangos de amistad y, mucho menos, compararlas y valorarlas. Lo único que saco en conclusión es que al dolor de la perdida estoy sumando un sentimiento de hartazgo hacia las plañideras artificiales, pero sé que esto no está bien porque cada cual lleva la pena como mejor puede y dentro de las limitaciones de cada cual y la expresa como buenamente le sale del alma.
En menos de dos semanas se han ido para siempre una amiga y un amigo de mi edad, por cáncer ambos, dejando una estela de recuerdos lindos y mucho dolor y una marca en los corazones de quienes los queríamos. Yo expreso mi pena, mi frustración, mi insignificancia como buenamente puedo. Me fijo en los otros y me irrito y dirijo mi desencanto hacia otras dianas sin saberlo. Es difícil manejarse en entornos de tristeza, pero, a la vez, es reconfortante saber que estamos vivos y podemos sentir la muerte solamente por esta razón. Espero que asumáis la perdida con serenidad, sin aspavientos, con humildad y con la seguridad de que por ese trance todos vamos a pasar y que dejaremos atrás a otros tantos seres humanos, como nosotros, confundidos y, sobre todo, tristes.
Nota: Escrito pensando en Emilia y en Bola