Historias de Plutón /
José A. Secas

Recuerdo, cuando era pequeño y absorbía las enseñanzas de los mayores con una avidez de la cual no era consciente, cómo mi padre, paseando por la Plaza de Santa María y ante la estatua (o si prefieren, autorretrato) de Pérez Comendador me contaba la historia de aquel fraile franciscano y alcantarino (o alcantareño). De todo lo que me contó y que luego refresqué en mi obligada excursión escolar a El Palancar con los compañeros del Dioce, fue esa condición “milagrosa” de poder estar en dos lugares a la vez. Además, ese hecho, lo asocié a otra palabra poderosa con la que resonaba en mi deslumbrable interior: don. Para mi, a partir de ese momento, “el don de la ubicuidad” del que gozaba San Pedro de Alcántara sería una suerte de super-poder de superhéroe.

Muchos años después, en mi época expansiva personal y profesional, cuando eres y te sientes capaz y fuerte (en todos los sentidos), te acompaña la juventud y te sobra la energía para acometer (desperdiciando mucha, eso si) empresas, tareas, negocios, proyectos o responsabilidades (todas a la vez); en esos años, decía, afrontaba esa necesidad de multiplicarme y atender a varios frentes, con concentración (foco, se dice ahora) trabajo duro, equipo competente de colaboradores y el apoyo incondicional de los seres queridos. Normalmente esos esfuerzos de juventud iban encaminados a alcanzar la prosperidad (solo en materia económica, lamentablemente) y a acumular para el día de mañana. Era una sobrecarga del presente no vivido proyectándose a un futuro incierto.

Ahora, habiendo cruzado el ecuador de la vida media, habiendo aprendido a tomar perspectiva, siendo consciente de que lo que se aprende con los años no viene en los libros ni en los tutoriales de youtube y dando los primeros pasos para apreciar y saborear intensamente esta vida que me ha tocado, ahora, resulta que me veo rompiendo las barreras del tiempo y del espacio y aquí, en este mismo medio y soporte físico y material de un fragmento del tiempo, puedo estar, como San Pedro de Alcántara, gozando del don de la ubicuidad. No estoy en misa y repicando, no; estoy contándoles mis pedradas en esta columna a la vez que soy objeto de una entrevista un par de páginas más allá. ¿No es una suerte haber alcanzado el don de la ubicuidad? Pues eso: que soy un afortunado gracias a muchos de vosotros. Espero, aunque sea solo un ratino, ser hoy vuestro superhéroe.

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