Reflexiones de un tenor

Alonso Torres 

Es un tanguista. Figura estilizada, botines negros acharolados brillantes (menos a la vuelta de las correrías), pantalones estrechos de crepé, camiseta portuaria (a rayas), chaqueta cruzada entallada de corte “italiano” (sin aperturas posteriores), pañuelo al cuello (la mayoría de las veces rojo, otras amarillo, las menos verde), bigote recortado y gomina en el pelo. Dentro del calzado, faca grande automática, y en la sobaquera, algunas veces porra metálica extensible o pistola Browning del 7.65., entonces, cuando lleva hierro cerca del corazón, lo que cubre su torso es una cazadora de cuero negra (que le robó a un recién llegado, a un emigrante italiano, cuando este desembarcaba para una nueva vida).

Es un sicario, trabaja para don Alonso (sin apellidos) en El Pontón (puerto) reventando huelgas, ajustando cuentas y apalizando, traficando (medicamentos varios y morfina), cobrando impuestos, amedrentando, asesinando, saltando a la cuerda con las niñas y dando caramelos a los niños. Sonríe porque se siente libre, respira y su pecho se infla como pájaro cantor, por cierto, canta tangos (no lo hace nada mal) y se acompaña él mismo por un bandoneón. Algunas veces llora cuando el estribillo habla de madres, barras, o calles de la infancia.

Pero un día descubrió las chacareras cuando su amo (él se cree libre y va proclamándolo por garitos, academias, tugurios, farmacias y galpones, “yo soy solo”) le mandó a por unos caballos al Sur, entre los lagos Musters y Colhué-Huapi, para que corrieran en El Palermo (hipódromo), y allí, en La Patagonia, encontró lo que no sabía que existía: aire, hombres fuertes (retorcidos o no, callados o no, de su parte o no), grandes espacios, ríos profundos y rápidos, hospitalidad, frío intenso, animales, sol, luna, una mujer salvaje, estrellas, libertad y ritmos criollos, y apostó (“apuesto para perder”, decía delante de la ruleta –25, rojo, pasa, par-), y se quedó, y fue llamado “al orden” por El Patrón, y volvió a la Gran Capital para ajustar cuentas, las últimas (era su esperanza), y nunca más volvió a cantar tangos (ni milongas).

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