Desde mi ventana
Carmen Heras

Como saben, la frase del título se usa para indicar que, puesto que no podemos saber lo que el futuro tiene previsto depararnos y, además, las posibles opciones tampoco es que se prevean muy esplendorosas, pedimos quedarnos con lo qué ahora tenemos (más vale pájaro en mano…) aunque no sea muy brillante y estimulativo.

Hagamos memoria. En la crisis del año 2008 las decisiones tomadas por los órganos comunitarios fueron a favor de la restricción y la austeridad. El Gobierno de España las aceptó y los españoles vieron controlados sus ingresos, sin posibilidad de protesta y sin autonomía. La contestación ciudadana, en las urnas de todo tipo, fue particularmente clara y nuevos gobiernos se alzaron desalojando a los anteriores, a pesar de que muchos de éstos últimos habían sido eficaces y no tenían responsabilidad en las directrices marcadas. Ni antes ni después nadie les preguntó. En la mente del votante se introdujo (con ayuda interesada, claro) quienes eran los responsables de los despidos en los puestos de trabajo y sus subsiguientes y penosas consecuencias inclinaron el voto popular. Y así fue como los gobiernos locales se convirtieron en las cabezas de chivo de una crisis que ellos no habían creado. Y de la puesta en marcha de unas medidas impopulares sobre las que ni siquiera habían sido consultados. Así se escribe la historia.

En cambio, las decisiones generales tomadas en la situación actual -fruto de la pandemia y de la existencia de la guerra contra Rusia- son radicalmente distintas. Bien porque exista por parte de los órganos comunitarios, un reconocimiento unánime del fracaso de las medidas ejecutadas en la crisis del 2008, o bien porque otros sean los dignatarios, lo cierto es que los gobiernos actuales han dispuesto de grandes recursos para hacer frente a las inclemencias que han sufrido la mayoría de los miembros de nuestra sociedad. Se han repartido (al menos, teóricamente) infinidad de ayudas a los sectores considerados más débiles, y la apariencia es de una cierta normalidad, en la que aún existiendo voces críticas, éstas se acallan o se merman, ayudado el gobierno correspondiente por la prensa amiga y los propios simpatizantes.

Amigos, permítanme hacer una hipótesis: imaginemos que la rebaja de las esperanzas futuras ha hecho disminuir las expectativas vitales de la mayoría y que al suceder esto la generalidad de los individuos es menos exigente. En todo. Empezando con sus gobiernos, sean locales, autonómicos o general. Estaríamos entonces en un estado de las cosas en el que cualquier asunto será analizado con mayor condescendencia y donde el riesgo de cualquier situación nueva será estudiado al detalle, precisamente para no aumentarlo y que crezca con ello la inseguridad. Que en el fondo es lo que más le preocupa a cualquier ser humano. Algo parecido a lo qué ocurrió durante la pandemia, durante la cual, se aceptaron de buena fe, una serie de medidas decididas por los gobernantes, en favor de la salud y la economía, nunca propiamente concertadas con los ciudadanos.

En contra de lo que pudiera suponerse, la situación política es bastante más cómoda para los gobiernos de cualquier signo político ahora. Tienen a su lado la confraternización de los propios, con los recursos que reciben desde diferentes frentes y que pueden emplear en sus propias localidades y autonomías, y enfrente (en general) carecen de una verdadera oposición, de tan domesticada y abúlica como está ahora, en un momento de desánimo en donde muchos políticos piensan que no merece la pena esmerarse en contradecir al que manda, cuando su “vida muelle” está asegurada.

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